domingo, 8 de noviembre de 2015

Un déjà vu de manual FUDACIÓN PARA LA LIBERTAD 08/11/15 EDUARDO ‘TEO’ URIARTE

Un déjà vu de manual


FUDACIÓN PARA LA LIBERTAD 08/11/15 EDUARDO ‘TEO’ URIARTE


Cuando sectores políticos moderados aceptan conculcar la legalidad suelen acabar sobrepasados por los radicales que tienen al lado, que sólo esperaban devaneos o decisiones de esa naturaleza para acaudillar el proceso político abierto. Es bastante incomprensible la sorpresa que muchos analistas expresan ahora sobre la deriva de los acontecimientos en Cataluña porque es de manal que una vez abierta la puerta de la ruptura democrática la iniciativa fuera deslizándose hacia los que nunca han estado en ella, como es el caso de los de la CUP.

El denominado “procés”, en una Europa como la de ahora, y en una España como la de ahora, resulta de un surrealismo tal que ni siquiera es imaginable en un guión  de los Monty Python. Escena como la petición de dinero al Estado para las farmacias a la vez que se declara la independencia supera su comicidad. Apenas hay que esperar a la primera moción del Parlament, declarando ajena a toda legalidad exterior la nueva república catalana, para convertir el primer acto de su presidencia en una violación, al saltarse los plazos, del reglamento de su propio parlamento. Un proceso que se ha jactado por parte de sus promotores de democrático (por aquello de sacar a las masas a la calle, las urnas de cartón, y no haber padecido durante el mismo a un grupo terrorista), en su primer acto institucional fuerza el reglamento de la de la Cámara. Lo que nos lleva a contemplar de nuevo cómo la llamada al pueblo y el esencialismo democrático suele acabar en autoritarismo.

Quien espere límite en esta dinámica es un ingenuo, pues una vez iniciado no se trata sólo de una secesión, se trata de la arbitrariedad de los que se creen llamados a mandar. Es decir, finalizará, si se deja, en la dictadura que va previendo este tipo de actos. Luego, de no existir España y, por consiguiente, la intervención del Estado, tal vorágine acabaría con todos sus promotores en la plaza de la guillotina observados por los redactores de la Vanguardia, entre otros, haciendo calceta. Pasará tiempo, caerán cabezas (políticamente hablando), se cocerán en su salsa, y finalmente la plaza se llamará de la Concordia. Mientras más tiempo tarde el Estado español en intervenir peor lo van a pasar.

De momento, los que esperan que la situación se encauce mediante la racionalidad y el diálogo se van a sentir frustrados porque los protagonistas del “procés” están prisioneros de sus decisiones pasadas. Pues una vez que han levantado el telón sus actores se han encontrado en  una tragedia, aunque para el resto sea una farsa, de la que no hay manera de salir. Además, son nacionalistas, y sus propuestas no han sido nunca pensadas para el acuerdo y la convivencia, sino para la ruptura. Sólo queda esperar en la audiencia el efecto catártico del drama, los efectos de sus traumáticos errores.

Pero costará un tiempo. Porque  hasta los protagonistas de segunda fila, que creyeron que todo esto era para presionar a Madrit y sacar más, serán reticentes a reflexionar razonablemente. Es la actitud de una sociedad acomodada que no quiere ni imaginar errores en sus actos, ni la posibilidad de desastres, ni tener en cuenta riesgos –lo conocimos en Euskadi con el plan Ibarretxe, y lo seguimos viendo en la falta de reconocimiento social a las víctimas del terrorismo -, y que tiene que palpar con sus manazas las heridas causadas en el cuerpo social para ser conscientes del daño que ha posibilitado. Pero hay más, la complicidad en este disparate, incluso la indiferencia, se convierte en un elemento que evita que el individuo sea consciente del alcance de los hechos, y le haga capaz de superar el entusiástico gregarismo patriótico que le llevó a gritar independencia en masivas manifestaciones. Por el contrario, ostentará una exagerada sensibilidad ante cualquier decisión que adopte el Estado, aunque sepamos todos que de nos ser por los romanos la patria de Brian sería un caos. El buen e ingenuo catalán que votó secesión antes de sentirse culpable pasará mucho tiempo echando la culpa al otro, máxime cuando ha estado por ahí un tal Pedro Sánchez diciendo en todo momento quien es el culpable de todo.

Es tan cortita la frase en francés, dèjá vu, que resulta corta para analizar lo que ocurre en Cataluña. Todo esto ya pasó en los momentos revolucionarios, incluidas las revoluciones conservadoras, como en la Italia fascista, o en el proceso de triunfo del nazismo (no estaba descaminado Felipe), o en el levantamiento del Caudillo, alentado en sus inicios, entre otros, por insignes catalanistas. Estos procesos, especialmente si son reaccionarios, los propician gente de bien, que creen aprovecharse de los más radicales para enseguida verse en manos de ellos, incluso convirtiéndose a sus postulados. Es que, cuando se vulnera la legalidad  de forma sedicente por gente de la buena sociedad se sabe como empieza, y sólo saben, más o menos, cómo acaba los que han  leído algo. Aunque siempre viene el listo que dice “a mi eso no me va a pasar”.

Es cierto que el nacionalismo se apodera de las conciencias por su exaltación sentimental, su osadía, su capacidad de movilizar amplias masas, y también por el miedo. Un miedo no siempre reconocido por mucha gente que lo padece, que se convierte en un virus ambiental que desarma las conciencias. Incluso, además, es capaz de provocar dudas y temores en sus adversarios. “Si el Estado interviene la situación va a ser peor”, frase que tras el buenismo zapateril lo dice gente de izquierda que está dispuesta a cargarse el Estado de derecho, sin contemplar en ello nada malo, pero que se vuelve exquisitamente timorata cuando se trata de nacionalismos. Es generalizado el temor de provocar a los nacionalistas, ¿pero es que los nacionalistas pueden ir mucho más lejos?. Pues si, van a ir todo lo lejos que puedan montados en el caballo desbocado del “procés” si nadie lo para. Y por catalanismo, pues tantos años de convivencia nos permite a los españoles un cierto catalanismo –puesto que no es de recibo la división que el nacionalismo quiere imponer entre catalanes y españoles-, hay que parar la espiral nacionalista.

Se hizo la vista gorda con lo de Banca Catalana, para no provocar, y no sirvió para nada, salvo para que algunos se hicieran multimillonarios. Haciendo la vista gorda desde el Gobierno de Madrid en múltiples materias, que van desde el déficit presupuestario a las conculcaciones en el sistema educativo, se ha llegado a la declaración de secesión. El no provocarles se ha convertido en el arma del izquierdismo para dejar impune el golpe de estado en marcha. Deberíamos, el resto de los españoles, dejar de mirar nuestro entorno y volvernos un poco catalanistas, preocuparnos por esos compatriotas nuestros y sacarlos de su espiral sin salida. Porque, como dijo mi difunto compañero Onaindia ante el problema vasco, la libertad, la convivencia, la democracia frente al etnicismo, es España.

Ya sabemos que Rajoy no es Abraham Lincoln,  y que Sánchez no es Gordom Brown, pero a poco que colaboren entre si con la ayuda de esa figura en ascenso, con un discurso fresco a lo Churchill, que es Albert Rivera, el problema catalán, engrandecido por la ineficacia y oportunismo de nuestros anteriores políticos, se convertiría en un problema menor y con posibilidades de solución definitiva. Al fin y al cabo, el “procés” es una gran farsa convertida solo en tragedia por la irresponsabilidad política y falta de entereza constitucional. Esperamos a Rivera para otorgarle de nuevo entereza.

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