viernes, 25 de abril de 2014

Una, grande, libre Artículo de J.M. Ruiz Soroa en El Pais

Una, grande, libre


EL PAÍS 24/04/14
JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA

· La reivindicación de la diversidad esconde al final su contrario: la homogeneidad
Incurría Iñigo Urkullu el pasado Día de la Patria Vasca en uno de esos latiguillos retóricos que son casi obligados en ese tipo de celebraciones, y acusaba al sistema institucional español de no haber superado todavía el concepto de “una, grande y libre” que lució como ideal el nacionalcatolicismo. La soflama no merecería siquiera ser comentada si no fuera porque, paradójicamente, viene a poner de relieve de manera plástica el problema fundamental que plantea el nacionalismo vasco (y, más en general, todo nacionalismo) a la realidad democrática pluralista de una sociedad moderna como la vasca.
La paradoja consiste en que al mismo tiempo que Urkullu profiere contra España la acusación de seguir pretendiendo ser la unidad homogénea que soñó el franquismo, lo que reclama para su nación imaginada, la nación vasca, es exactamente eso mismo que imputa como pecado nefando a la patria española. En efecto, en ese mismo discurso Urkullu reivindica una nación vasca que sea “una” (todos los vascos deberían celebrar la fiesta de la patria vasca, dice), que sea “grande” (debe incluir a Navarra y los territorios franceses del norte, añade), y que sea “libre” (soberana en Europa como están Croacia o Letonia, termina). De forma que no cabe lema más ajustado para la reivindicación soberanista del nacionalismo que el de “una, grande y libre”.

Daría para muchas líneas comentar esta paradoja en términos de proyección freudiana, en la que el sujeto atribuye al otro como defecto precisamente sus propios deseos insuficientemente racionalizados. Pero baste aquí comentarla en términos estrictamente sociológicos y políticos, que son los más objetivables.

· Aspirar a construir una sola nación homogénea es inadmisible
Lo que “la paradoja Urkullu” expresa desde el punto de vista sociológico es que la reivindicación de la diversidad, tan cara al pensamiento actual, esconde al final del camino la exigencia de su contrario, la homogeneidad. Hegel lo hubiera predicho si se le hubiera planteado en estos términos: el sujeto que se reclama diverso de los demás está reclamando al tiempo su identidad homogénea. En términos sociales: la exigencia de respeto a la diversidad inherente de un grupo frente al más amplio en que vive inmerso esconde la exigencia de que ese grupo sea homogéneamente diverso, es decir, sea “uno”. Por eso las políticas de respeto a la diversidad suelen terminar en políticas de conservación e imposición de los rasgos componentes de esa diversidad: diverso hacia fuera, homogéneo hacia dentro. 
Lo que para el grupo más grande es un mal, se transforma en el sumo bien para el grupo pequeño. El problema de la paradoja, claro está, es que las unidades morales que cuentan no son los grupos, sino las personas que los componen. Y para esas unidades morales es igual de agresiva la imposición de una u otra homogeneidad social, pues en todo caso se agrede su libertad de identidad.

En una sociedad moderna no caben políticas deliberadas de construcción nacional, sean de la nación que sean, la grande o la pequeña. No es su contenido concreto lo que las hace democráticamente ilegítimas (de manera que habría sido pecado volver castellanohablantes a quienes no lo eran, pero sería perfecto volver ahora euskaldunes a los castellanohablantes), sino su designio inherente de invadir campos reservados a la libertad personal de cada uno, al tiempo que su afán por borrar el pluralismo constitutivo de esa sociedad. No existen ya (¿existieron de verdad?) las añoradas gemeinschaften, sino solo sociedades complejas. Y en una democracia liberal no tienen cabida las políticas perfeccionistas de mejora de la calidad nacional del ciudadano. Cierto que estas políticas se practicaron por doquier en la gran época europea de la nation buildingdecimonónica, pero tal circunstancia no las legitima hoy, igual que los precedentes históricos no legitiman la esclavitud o la exclusión de las mujeres.

Traducido a términos más políticos, la disonancia constitutiva del nacionalismo de Urkullu está en su pretensión de construir y conseguir un Estado mononacional, pero no tanto por lo de Estado como por lo de mononacional. Aspirar a ser Estado independiente es una pretensión legítima sobre la que cabe dialogar y negociar en democracia, pero aspirar a construir una sola nación homogénea como base social de ese Estado es directamente inadmisible. Y lo malo es que, aquí y ahora, en este país nuestro, las pretensiones de ser Estado van inextricablemente unidas a las de serlo mononacionalmente. Por lo cual, precisamente por ello, el Estado español actual que reconoce la plurinacionalidad constitutiva de la sociedad que le sirve de base (y negar que ello sea así es pura y simple ceguera) tiene una calidad democrática superior a la de los hipotéticos mononacionales que pretenden sucederle. Y es que, en España, los sentimientos nacionales no están encapsulados en este o aquel territorio (si así fuera hace mucho que los problemas se habrían resuelto por sí mismos), sino que están solapados en cada kilómetro cuadrado de algunos de sus territorios. De manera que un Gobierno complejo de estructura federativa atenderá esa realidad mucho mejor que un montón de pequeños Gobiernos mononacionales.

· El Estado español plural es mejor que los hipotéticos mononacionales
Es curioso en este sentido ver cómo la historia de hoy, 100 años después de su destrucción, reconoce que el Imperio Austrohúngaro de 1914, con sus 18 nacionalidades dentro, era un marco de convivencia y conllevancia mejor (mejor para las personas de carne y hueso) que los Estados wilsonianos mononacionales hechos con calzador que le sucedieron, y cómo el juicio sobre su realidad se va tiñendo de una cierta añoranza.

Al final es bastante sencillo, incluso en la lógica nacionalista: Urkullu, y muchos otros, reprochan al sistema constitucional no querer admitir que España es algo así como “una nación de naciones”. Pero no cae en la cuenta de que lo mismo le pasa a Euskadi, que es también otra “nación de naciones”. Con lo cual la formulación correcta de la ecuación completa siguiendo su propia lógica sería la de que “España es una nación de naciones de naciones”.

Y si abandonamos un rato la asfixiante lógica nacionalista, la formulación final sería la de que España es una república de ciudadanos plurales y mezclados que puede convivir razonablemente cómoda mientras no ponga como ideal para el futuro aquello que en la historia pudo ser pero no fue: ser una sociedad cultural y étnicamente homogénea, o ser un conjunto de sociedades cultural y étnicamente homogéneas. Ni una ni otras. Variopintos y mezclados. Juntos y revueltos. ¿Es tan insoportable?

jueves, 24 de abril de 2014

convivir creencias diferentes



Cuando piensas que tu eres el verdadero catalán por ser nacionalista, eres un creyente. Y solo pueden convivir credos diferentes cuando no tratan de imponerse por medios ilegítimos. Y es ilegítimo utilizar el dinero de todos, mayoritariamente,para una de las creencia y marginando a las otras.

viernes, 11 de abril de 2014

Artículo de Félix Ovejero en El País. Inmersión linguistica

Un poco de aire ante la inmersión

El castellano es la lengua común y ampliamente mayoritaria de los catalanes, según la propia Generalitat. Los datos no cuadran con el relato nacionalista. La pregunta es: ¿quién no respeta la identidad?



De nuevo el nacionalismo con los tambores de la catástrofe. Nadie propone que el catalán deje de ser vehicular ni la separación de niños por lenguas, sino la simple aplicación de sentencias del Constitucional y del Supremo, que avalan una tibia educación bilingüe. Siempre atenta a las inquietudes del poder local, la disciplinada sociedad civil no falta al enésimo toque de corneta. Se fotografían indignados los rectores de Universidad y desde el AMPA, con siglas independentistas, se convoca por correo electrónico a los padres a manifestaciones. Entretanto, a diferencia de lo que sucede en Madrid, con imperturbabilidad budista se digieren recortes y privatizaciones de un Gobierno autónomo que no tiene pudor en decir, por boca de su consejero de Salud, que “no hay un derecho a la salud, porque depende del código genético de la persona”. Será el hecho diferencial.
A la izquierda catalana le falta tiempo para apuntarse. Algo inexplicable. Desde 1953 la educación en lengua materna es un derecho reconocido por la Unesco y, entre nosotros, el bilingüismo era el modelo de la República, incluido el Estatuto de Nuria, y el que defendió el PSC hasta hace dos días, apelando a su pedagoga de cabecera, Marta Mata. Ahora, sin que se sepa cómo ni por qué, nos encontramos a la izquierda relacionando “identidades” con naciones y ciudadanías, urdiendo argumentos con los mimbres intelectuales que nutrieron la peor historia europea. Si lo dudan, vean la entrevista de Raül Romeva, eurodiputado de ICV, en el interesante blog A Word In Your Ear.
Por lo común, cuando se grita mucho las razones escasean. Y en estos días se grita más que nunca. Pero también hay argumentos. En algún libro y en estas mismas páginas he intentado mostrar la pobreza de los fundamentos teóricos de las políticas “normalizadoras”. Ahora, por debajo de la maraña retórica, aparecen nuevas razones, menos teóricas. Apelan a la realidad, la eficacia y los consensos. No está de más evaluarlas.
El informe PISA se hace en catalán y por tanto no mide la comprensión lectora en castellano
La primera invoca la realidad catalana, agredida en su identidad. Dilucidar identidades no es cosa sencilla, ni siquiera cuando se trata de individuos. En el caso de las comunidades, ni les cuento. En todo caso, cualquier idea de identidad tiene que atender a lo común o, en su defecto, mayoritario. Nunca a lo extravagante o singular. La identidad de mi familia no es mi primo alto y rubio. Y los datos, tampoco esta vez, cuadran con el relato nacionalista. Según la propia Generalitat, el 55% de los catalanes tenemos como lengua materna el castellano y el 31,6% el catalán. Relean: el castellano es la lengua común y ampliamente mayoritaria de los catalanes. Ahora la pregunta: ¿quién no respeta la identidad?
La segunda apunta a la eficacia pedagógica. Se nos dice que los niños catalanes, sin escolarizarse en castellano, tienen un dominio superior de la lengua común al resto de los españoles. Si así fuera, solo caben dos posibilidades: bien los catalanes somos un portento de la naturaleza, bien la escolarización en una lengua es contraproducente para su conocimiento. Como ninguna de las dos resulta plausible, hay que dudar de las fuentes. Y, en efecto, mirados de cerca, tampoco esta vez los datos abruman. Mejor dicho, es que no hay. Ahora sabemos, por boca de Joaquim Prats, exresponsable del informe PISA en Cataluña, que “el informe se hace en catalán, (y que) por tanto, no mide la comprensión lectora en castellano”. En realidad, los escasos datos disponibles no desmienten el sentido común y, entre catalanes, muestran el mayor fracaso escolar de los castellanoparlantes, los de menos recursos, por cierto. La única prueba concluyente es la que no se hace: exponer a todos los estudiantes españoles a las mismas exigencias de competencia lingüística. Al final, con tanto ruido, nos olvidamos de lo obvio: hablar una lengua no es dominarla. Todos, incluso los analfabetos, hablamos una lengua. En la escuela se busca otra cosa, lo que los especialistas llaman Cognitive Academic Language Proficiency, competencia para entender información nueva, ajena al contexto y con un cierto grado de abstracción. Eso solo se adquiere con la escolarización, como bien sabe el presidente de la Generalitat cuando elige un colegio trilingüe para sus hijos.
La tercera invoca la cohesión. Según parece, el bilingüismo dividiría a la sociedad catalana. Un argumento pobre. Si la enseñanza en una sola lengua es garantía de cohesión, habría que escolarizar solo en castellano, la lengua mayoritaria, común y, además, de muchos emigrantes y de los vecinos “españoles”. Además, la experiencia disponible no avala la tesis fratricida. Sin ir más lejos, Finlandia, el país con mejores resultados educativos en Europa, imparte la enseñanza en dos lenguas y no parece que esté al borde de la guerra civil. Finalmente, el argumento resulta impreciso porque equipara bilingüismo a separación por lenguas, cuando no es lo mismo un sistema en donde los alumnos permanecen juntos mientras reciben enseñanza de distintas materias en las dos (o tres) lenguas oficiales que otro de doble red, el de Finlandia, en el que las distintas escuelas imparten la enseñanza en las diferentes lenguas oficiales según la elección de los padres y aprenden la otra lengua como asignatura. Esos son los sistemas que podemos encontrar en Europa. Y en el mundo, incluido Quebec. En realidad, la anomalía planetaria es Cataluña. De modo que el argumento resulta inconsecuente, falso y, en el mejor de los casos, confuso. Puestos a decirlo todo, hasta dudo de su sinceridad, de la preocupación por la paz civil por parte del nacionalismo, cuando su objetivo político es levantar fronteras y su estrategia alentar la tensión entre conciudadanos.
El nacionalismo pretende levantar fronteras y alentar la tensión entre conciudadanos
El último argumento apela al consenso ciudadano. Su aval: casi todos los partidos defienden la inmersión. El argumento, obviamente, no sirve para defender la propia opinión, como hacen los socialistas. La afirmación “estoy de acuerdo porque todos estamos de acuerdo” se sostiene en el aire, esto es, en ninguna parte. Bastaría con que ellos cambiaran de opinión para que “el argumento” dejara de valer. Lo mejor en estos casos es preguntar a los ciudadanos directamente. Y asómbrense, las encuestas de la Generalitat, que preguntan sobre lo humano y lo divino, jamás han mostrado interés en saber qué prefieren los ciudadanos.
Quizá la explicación del descuido hay que buscarla en los resultados de las encuestas de CSIS que, mientras se hicieron, mostraban una clara preferencia por el bilingüismo. El único pie empírico en el que se sostiene la supuesta unanimidad es “la falta de demanda social”. Una falta de demanda que se entiende bastante bien al leer la respuesta del Departament d’Ensenyament a la pregunta de en qué consistía la (posible) enseñanza en español durante la etapa de primaria, recogida en el mejor libro que conozco sobre la experiencia catalana, Sumar y no restar. Ahí va: “El profesor imparte la clase en catalán y una vez acabada la lección, se acerca al alumno en cuestión y le repite en español lo que acaba de explicar en catalán. El alumno tiene derecho a hablar en español con el profesor y a realizar los exámenes en esta lengua, pero sus libros de texto deben estar escritos en catalán y él debe permanecer siempre en la clase con los demás alumnos”. Traducido: “a ver, el valiente, un paso al frente”. Calificar este procedimiento como humillación es quedarse corto. Segregación, tampoco alcanza.
Naturalmente, la obscenidad intelectual básica radica en relacionar derechos con “número de demandantes”. Con ese argumento los negros no habrían pisado las universidades norteamericanas. Seamos claros, el argumento relevante no se puede invocar. Es de uso interno. Lo expresó impecablemente hace tres años Bernat Joan, por entonces secretario de Política Lingüística, inquieto ante la sentencia del TC: “Podría crear un alud de gente que exigiese judicialmente la escolarización en castellano o que la Administración pública les atendiese en castellano” (ElpuntAvui, 23-8-2009). A Joan lo que en realidad le inquietaba eran los catalanes. Pero estas cosas no se dicen en Madrid. Bueno, el otro día sí, cuando Duran i Lleida confesó su desolación en el Parlamento porque “lamentablemente la lengua mayoritaria en el patio es el castellano”. A lo que se ve, los que estorbamos en la Cataluña de los nacionalistas somos los catalanes. Que queremos un poco de aire.
Félix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.

jueves, 10 de abril de 2014

Ley de Amnistía. Intervención del diputado comunista Marcelino Camacho Abad


Pleno del Congreso de los Diputados. 14 de octubre de 1977. Debate de la Ley de Amnistía. Intervención del diputado comunista Marcelino Camacho Abad*:

El señor CAMACHO ABAD: Señor Presidente, señoras y señores Diputados, me cabe el honor y el deber de explicar, en nombre de la Minoría Comunista del Partido Comunista de España y del Partido Socialista Unificado de Cataluña, en esta sesión, que debe ser histórica para nuestro país, en honor de explicar, repito, nuestro voto.
Quiero señalar que la primera propuesta presentadaenesta Cámara ha sido precisamente hecha por la Minoría Parlamentaria del Partido Comunista y del P. S.U. C. el 14 de julio y orientada precisamente a esta amnistía. Y no fue un fenómeno de la casualidad, señoras y señores Diputados, es el resultado de una política coherente yconsecuente que comienza con la política de reconciliación nacional de nuestro Partido, ya en 1956.
Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los 'unos a los otros, sinoborrábamos ese pasado de una vez para siempre?
Para nosotros, tanto como reparación de injusticias cometidas a lo largo de estos cuarenta años de dictadura, la amnistía es una política nacional y democrática, ala única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y de cruzadas. Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente, los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Nosotros estamos resueltos a marchar hacia adelante en esa vía de la libertad, en esa vía de la paz y del progreso.
Hay que decir que durante largos años sólo los comunistas nos batíamos por la amnistía. Hay que decir, y yo lo recuerdo, que en las reuniones de la Junta Democrática y de la Plataforma de Convergencia, sobre todo en las primeras, se borraba la palabra "amnistía" ; se buscaba otra palabra porque aquella expresaba de alguna manera -se decía- algo que los comunistas habíamos hecho, algo que se identificaba en cierta medida con los comunistas.
Yo recuerdo que en las cárceles por las que he pasado, cuando discutíamos con algunos grupos que allí había de otros compañeros de otras tendencias -que después alguna vez la han reclamado a tiros- estaban también en contra de la palabra «amnistía».
Recuerdo también un compañero que ha pasado más de veinte años en la cárcel : Horacio Femández Inguanzo, a cuyo expediente se le llamó “e1 expediente de la reconciliación”, yque fue condenado a veinte años en 1956. Cuando monseñor Oliver, Obispo auxiliar de Madrid, nos visitaba en 1972 en Carabanchel, y le hablaba del año de reconciliación que abría la Iglesia, Horacio le decía: “Si quiere ser consecuente la Iglesia con la reconciliación, debe pedir también en este año la amnistía, ya que lo uno sin lo otro es imposible”. Y le explicaba que él había sido condenado a veinte añoscomodirigente del Partido Comunista de Asturias, precisamente por la amnistía, y que su expediente se llamó “el expediente de la reconciliación”.
Hoy podríamos citar más compañeros aquí: Simón Sánchez Montero y tantos otros, que hemospasado por trances parecidos, pero hoy no queremos recordar ese pasado ; hemos enterrado, como decía, nuestros muertos y nuestros rencores, y por eso, hoy, más que hablar de esepasado, queremos decir que la minoría comunista se congratula del consenso de los Grupos Mixto, Vasco-Catalán y Socialista, y hubiéramos deseado también que éste fuera un acto de unanimidad nacional.
Todavía yo pediría a los señores de Alianza Popular que reconsideren este problema. Nosotros afirmamos desde esta tribuna que ésta es la amnistía que el país reclama y que, a partir de ella, el crimen y el robo no pueden ser considerados, se hagan desde el ángulo que sea, como actos políticos. Por eso hacemos un llamamiento a nuestros colegas de Alianza Popular de que reconsideren su actitud en este acto que debe ser de unanimidad nacional. En esta hora de alegría, en cierta medida, para los que tantos años hemos pasado en los lugares que sabéis, sólo lamentamos que, en aras de ese consenso y de la realidad, amigos, patriotas, trabajadores de uniforme, no puedan disfrutar plenamente de esta alegría. Desde esta tribuna queremos decirlo, que no les olvidamos y que esperamos del Gobierno que en un futuro próximo puedan ser reparadas estas cuestiones y restituidos a sus puestos.
También a las mujeres de nuestro país queremos indicarles que si hoy no se discute este problema, que si en esta ley faltara la amnistía para los llamados “delitos de la mujer”:adulterio, etc., les queremos recordar que el Grupo Parlamentario Comunista presentó una proposición de ley el 14 de julio que creemos que es urgente discutir y que vamos naturalmente a discutir. Pero, es natural, señoras y señores Diputados, que tratándose de un militante obrero, en mi caso, si hablaba antes de que era un deber y un honor defender aquí, en nombre de esta minoría, esta amnistía política y general, para mí, explicar nuestro voto a favor de la amnistía, cuando en ella se comprende la amnistía laboral, es un triple honor.
Se trata de un miembro de un partido de trabajadores manuales e intelectuales, de un viejo militante del Movimiento Obrero Sindical, de un hombre encarcelado, perseguido y despedido muchas veces y durante largos años, y, además, hacerlo sin resentimiento.
Pedimos amnistía para todos, sin exclusión del lugar en que hubiera estado nadie. Yo creo que este acto, esta intervención, esta propuesta nuestra será, sin duda, para mí el mejor recuerdo que guardaré toda mi vida de este Parlamento.
La amnistía laboral tiene una gran importancia. Hemos sido la (clase más reprimida ymásoprimida durante estos cuarenta años de historia que queremos cerrar. Por otra parte, lo que nos enseña la historia de nuestro país es que después de un período de represión, 'después de la huelga de 1917 y la represión que siguió; después de octubre del treinta y cuatro y la represión que siguió, cada vez que la libertad vuelve a reconquistar las posiciones que había perdido, siempre se ha dado una amnistía laboral. Yo he conocido -mi padre era ferroviario en una estación de ferrocarril- que en 1931 todavía ingresaban los últimos ferroviarios que habían sido despedidos en 1917.
La amnistía laboral, pues, está claro que es un acto extremadamente importante, conjuntamente con la otra. Si la democracia no debe detenerse a las puertas de la fábrica, la amnistía tampoco. Por eso el proyecto de ley que hoy vamos a votar aquí tiene, además de la vertiente humana y política, otra social y económica para nuestro país.
Francia e Italia, al salir de la II Guerra Mundial, para abordar la reconstrucción nacional y la crisis, necesitaron el apoyo y el concurso de la clase obrera. Días pasados los representantes del arco parlamentario dieron los primeros pasos en esa vía ; la amnistía laboral será el primer hecho concreto en esa dirección que marcan los acuerdos de la Moncloa. No hay que olvidar que salimos de una dictadura en medio de una grave crisis económica, y que todos estamos de acuerdo en que hay que ir al saneamiento de la economía y a la reconversión nacional también, que esto no es posible sin el concurso de los trabajadores, que hay que llevar por ello este espíritu de la Moncloa al hecho práctico concreto de esa realidad.
Señoras y señores Diputados, señores del Gobierno, lo que hace un año parecía imposible, casi un milagro, salir de la dictadura sin traumas graves, se está realizando ante nuestros ojos;estamos seguros de que saldremos también de la crisis económica, que aseguraremos el pan y la libertad si se establecen nuevas relaciones obrero-empresariales y si un código de derecho de los trabajadores las garantiza ; si conseguimos de una vez que los trabajadores dejemos de ser extranjeros en nuestra propia patria. Sí, amnistía para gobernar, amnistía para reforzar la autoridad y el orden basado en el justo respeto de todos a todos y, naturalmente, en primer lugar, de los trabajadores con respecto a los demás.
Con la amnistía saldremos al encuentro del pueblo vasco, que tanto sufre bajo diferentes formas, de todos los pueblos y de todos los trabajadores de España. Con la amnistía la democracia se acercará a los pueblos y a los centros de trabajo. La amnistía política y laboral es una necesidad nacional de estos momentos que nos toca vivir, de este Parlamento que tiene que votar. Nuestro deber y nuestro honor, señoras y señores Diputados, exige un voto unánime de toda la Cámara. Muchas gracias.

* El Diario de Sesiones del Congreso tiene un error en este punto. Donde debería decir Camacho Abad dice Camacho Zancada, que era el nombre del diputado de UCD por Ciudad Real Blas Camacho Zancada. desde aquí se pide modestamente a José Bono, presidente del Congreso que proceda a subsanar el error.

viernes, 4 de abril de 2014

artículo sobre federalismo de Juan Claudio de Ramon en El País



LA CUARTA PÁGINA
Los federalistas de verdad deben evitar el marco mental nacionalista, celebrar la Constitución más exitosa de nuestra historia y sacudirse los complejos para que su opción resulte creíble y viable
Se insiste en que la crisis existencial que padece España puede hallar remedio en la adopción del federalismo como regla de convivencia. Estoy de acuerdo. Diré más: dada nuestra historia (y nuestra geografía) es razonable pensar que el federalismo es la forma natural de comunidad política en España. Bajo un presupuesto: ha de tratarse de auténtico federalismo. Esto último no queda claro oyendo a los partidos que se dicen federalistas. Y es que un problema mayor de la democracia es el frecuente recurso de los políticos a lo que Habermas llama un uso estratégico del lenguaje; un uso que, por contraposición a su uso primario, orientado al entendimiento, altera arbitrariamente los significados aceptados de las palabras, para, de este modo y dicho sea en castizo, dar gato por liebre. Así sucede, en mi opinión, con el discurso de la solución federal, lo que no impide que apostemos por ella, si sus partidarios nos persuaden de su recta intención. La almendra del malentendido ya la ha dado Joaquim Coll en una acertada síntesis: no es lo mismo federalizar España que federar Cataluña a España. No parece ocioso el ejercicio de reiterar algunas ideas básicas.
Salgamos antes al paso de la objeción que sostiene que España ya es un Estado federal. Si lo es, resulta muy imperfecto. Veamos el porqué. Como doctrina, el federalismo reposa en una serie de dualismos. Uno instaura una doble lista de competencias: de la federación y de los entes federados. Este reparto no obedece únicamente a razones identitarias; también a la idea de que unas responsabilidades se ejercen mejor en la distancia, y otras se benefician de la proximidad. Como es sabido, esa doble lista existe entre nosotros (artículos 148 y 149 de la Constitución), pero los constituyentes, pudiendo optar por un reparto nítido e inalterable, lo prefirieron mudable a conveniencia. El traspaso de competencias debidas al Estado, que no renuncia, sin embargo, a legislar parcialmente sobre lo traspasado, asegura una bronca competencial que impide considerar a España un Estado federal exitoso.
Otro dualismo, fundamental, distingue dos principios ordenadores de la convivencia: el ciudadano y el territorial. El primero cifra la autonomía y la igualdad ante la ley: gracias a él, el ciudadano se relaciona directamente con el Estado y con otros ciudadanos. El segundo es un pacto con la historia —la razón de ser del federalismo es en última instancia histórica—, esto es, un compromiso con la existencia de instancias intermedias de Gobierno o identidades culturales solapadas que se estiman y se quieren preservar. El primer principio suele depositarse en una cámara donde están representados los ciudadanos, el segundo en otra donde dirimen sus asuntos los territorios. El problema en España es considerable: en rigor, no tenemos ni una cosa ni la otra. Un Senado sin competencias no puede desempeñar su función de Cámara territorial. Esa función la cumple de manera clandestina el Congreso. Al hacer de la provincia la circunscripción electoral, los constituyentes llevaron al teórico foro ciudadano la discusión territorial (no por nada ahí negocian nacionalistas vascos y catalanes con el Gobierno central), hurtando a los españoles su representación en tanto que individuos (¿acaso sabe alguien quién es el diputado de su provincia?). Reformemos el Senado, pero no olvidemos reformar el Congreso para introducir distritos electorales más pequeños que acerquen el ciudadano a su diputado. De lo contrario acabaremos no con una, sino con dos Cámaras territoriales.
Pero esto son menudencias técnicas al lado del auténtico problema: convenido que nuestro Estado no es verdaderamente federal, lo siguiente es admitir que buena parte de nuestros federalistas no son verdaderos federalistas. No me refiero a Federalistes d’Esquerres, capitaneados por Manuel Cruz, cuyos múltiples oficios a favor de la convivencia y contra la ruptura hemos de agradecer todos los españoles. Me refiero más bien a los socialistas catalanes. En primer lugar, hace sospechar su uso recurrente del concepto de blindaje. El federalismo ni blinda ni crea zonas de excepción. Pondré un ejemplo. En Estados Unidos, cuna del federalismo, el derecho de familia es competencia exclusiva de los Estados. En consecuencia, el Estado de California puede prohibir el matrimonio homosexual. Así lo hizo (se aprobó en referéndum). Pero si un tribunal federal dictamina que esa prohibición vulnera la Constitución americana —que es lo que ocurrió—, no hay nada que el legislador californiano pueda oponer. Lo acata: eso es federalismo. Otro ejemplo: en Canadá no existe un Ministerio federal de Educación, porque esta es competencia rigurosa de las provincias. Eso les garantiza una amplia autonomía, ejemplificada en que ni siquiera los años de escolaridad obligatoria son parejos en todas ellas. Pero esa autonomía ni es total ni está blindada. El Gobierno de Quebec no puede, por ejemplo, suprimir en su provincia la enseñanza pública en inglés, dado que la Constitución canadiense reconoce el derecho de los padres a la educación de sus hijos en la lengua oficial de su preferencia si esta ha sido su lengua materna o de instrucción. Así funciona un Estado federal. Y es que el federalismo es un compromiso veraz entre lo propio y lo común. El socialismo catalán es firme valedor de lo propio y tibio, muy tibio, abogado de lo común. El federalismo que propone puede proporcionar herramientas que mejoren el diseño institucional de nuestra convivencia, pero no puede curar las disonancias cognitivas. Porque la entraña de la contradicción socialista, que atenaza su discurso, es esta: no querer la ruptura, pero sentir parálisis a la hora de abrazar los símbolos de la unión. Invocar un supuesto patriotismo de las personas, afectar desdén por las banderas, pero luego patentizar en los actos públicos que la única bandera que se oculta es la española, es una conducta curiosa en un federalista.
Un federalista no habría de dudar a la hora de saberse catalán y español, y en el mismo momento en que esa dualidad estuviera amenazada, salir a la calle con una bandera en cada mano. Ese ha sido uno de los mensajes que el canadiense Stéphane Dion, un federalista cabal, ha dejado en su reciente paso por España. Sin la doble y desacomplejada reivindicación, la de ser español y la de ser catalán, no se puede salir del marco mental nacionalista. Cuando un partido no falta a su cita el 11 de septiembre para poner flores a la estatua de Rafael Casanova, héroe improbable y mártir imposible de 1714, en una ceremonia de añejo nacionalismo romántico, pero siente temor de salir a la calle el 6 de diciembre para festejar una Constitución moderna, democrática e inclusiva como la de 1978, es hora de hacer examen de conciencia… federal.
He dicho antes que el federalismo es posiblemente la forma natural de comunidad política en España. Con ello quiero decir que tanto el centralismo como la ruptura son aberrantes. Pero, ante todo, federar es unir, y no hay unión sin tramas en común, y lo común está cifrado en los símbolos. Tras siglos de convivencia, hay en España densas tramas de elementos comunes que necesitan ser puestas en valor si cualquier proyecto federalista ha de prosperar. Déjense los federalistas fotografiar con la bandera constitucional española, participen en los actos que festejan la Constitución más exitosa de nuestra historia, defiendan la presencia equilibrada de la lengua española en las escuelas, sacúdanse los complejos y su federalismo resultará creíble y viable. Verán, además, lo rápido que surgen aliados y recuperan el terreno perdido.
En España somos muchos los que sentimos una firme y afectuosa lealtad a los rasgos propios de Cataluña. Pero necesitamos saber que al otro lado hay federalistas que no se avergüenzan de ser españoles. El PSC ha sido valiente posicionándose contra un discurso hegemónico asfixiante. Ahora toca combatir esa hegemonía abogando resueltamente por lo común. Sé que no es fácil: 40 años después, los españoles, incluso los nacidos en democracia, tenemos dificultades para sostener una idea sustantiva de España sin ver el espantajo franquista. Aprender a revalorizar nuestra condición de españoles y rescatar los símbolos de España de las manos muertas del dictador es una empresa posible y necesaria; posible sin caer en la tentación nacionalista y necesaria si cualquier proyecto para España, federal o no, ha de tener futuro.
Juan Claudio de Ramón es diplomático.


martes, 1 de abril de 2014

El derecho a la violencia, de Javier Benegas en vozpopuli.com

El derecho a la violencia, de Javier Benegas en vozpopuli.com el 1 abril, 2014 

OPINIÓN
El 9 de diciembre de 2013, con motivo del bicentenario de la muerte de George Büchner(Goddelau, 1813), en una universidad española tuvo lugar la mesa redonda titulada ‘¡Paz a las chozas! ¡Guerra a los palacios!‘, en la que se proyectó el documental del mismo nombre y, a continuación, ponentes de diferentes universidades revindicaron la vigencia del dramaturgo alemán. El texto que figuraba en la invitación al acto era toda una declaración de intenciones: “La vigencia del legado de este joven revolucionario, doctor en medicina y escritor debiera estar a la orden del día, puesto que nuestra situación de crisis en todos los ámbitos exigiría una respuesta como la que él puso en marcha en su época…”
El Estado agresor
Pese a que a priori conmemorar a George Büchner era obligado, el enfoque, tal y como profetizaba el texto introductorio de la invitación, fue más político que literario. Y pronto cristalizó la primera idea que marcaría el rumbo de la jornada: los Estados capitalistas (es decir, las democracias occidentales) estaban castigando a los ciudadanos con altas dosis de violencia. Una violencia diversificada, cuyo espectro abarcaba desde la represión de quienes se manifestaban en la calle, hasta esa otra violencia soterrada que hoy muchos, no necesariamente de izquierdas, apellidan “económica”, y que tiene en los desahucios, la estafa a los pequeños ahorradores, las reducciones de salarios, el desempleo masivo y los recortes en prestaciones sociales sus principales exponentes.
Sin embargo, respecto a España, nada se dijo de ese colectivismo de Estado, unas veces larvado e informal y otras explícito y formal, que ha sido sin duda una de las causas principales de la corrupción del sistema, pues gracias a éste, en los días de vino y rosas, el dinero público dejó de tener dueño, se despilfarró y robó a manos llenas y la corrupción se convirtió en una pandemia y en la esencia del régimen. Hasta que en 2007 nos cerraron el grifo y despertamos… ¿o quizá no?
¡No hay revolución sin violencia!
Según avanzaba la jornada, y ya establecida la violencia del Estado, o mejor dicho, de las oligarquías, como un hecho indiscutible, empezó a insinuarse, siempre a colación de Brüchner, que, para poner fin a tantas agresiones, los ciudadanos estaban compelidos a proyectar su propia violencia, la cual, al estar moralmente justificada, no solo debería ser entendida como una herramienta imprescindible con la que construir un orden nuevo, sino también como un recurso legítimo. Así lo escribió el joven Büchner en uno de sus muchos momentos de agitación: “Si en nuestra época hay algo que puede ayudarnos, ese algo es la violencia”. De esta forma, idea a idea, palabra a palabra, el atormentado dramaturgo alemán se convertía en un globo aerostático con el que el principio revolucionario de la legítima defensa, es decir, la legítima violencia, era elevado a la categoría de justicia social.
Dogma revolucionario contra humanidad
Sin embargo, paradójicamente, en la obra La muerte de Dantones el propio Brüchner quien nos advierte de la incompatibilidad entre humanidad y revolución. Así, su protagonista, Danton, un revolucionario corrupto y atormentado por la sangre derramada, descubre angustiado que lejos de construir un nuevo orden está contribuyendo a destruir todo cuanto le rodeaba, lo que le lleva a cuestionar el puritanismo, la frialdad y la crueldad de la utopía revolucionaria simbolizada en la figura de Robespierre
Esta actitud crítica, y, al mismo tiempo, su renuncia a combatir el dogma revolucionario, le conducirá a la guillotina en un momento en que la revolución se ha deshumanizado hasta tal punto que los ciudadanos del París de 1794 claman enfebrecidos:
“Ustedes nos dijeron que matásemos a los aristócratas, porque eran lobos. Lo hicimos, los colgamos de la farola. Nos dijeron que Veto [Louis XVI] se comía nuestro pan, y lo matamos. Ustedes nos dijeron que los girondinos nos hacían pasar hambre, y los guillotinamos. Pero ustedes han despojado a todos los muertos. Nosotros, en cambio, continuamos descalzos, como en el pasado. Queremos arrancarles la piel de los muslos para hacernos calzones; queremos sacarles la grasa para que nuestra sopa tenga mejor sabor. ¡Muerte a todo aquel que no tenga huecos en su ropa! ¡Muerte a todos los que saben leer y escribir! ¡Muerte! ¡Muerte! ¡Muerte a quien emigra! Miren, ahí va un aristócrata: tiene un pañuelo. ¡A la guillotina!”
Violencia e hipocresía
Siendo así las cosas, no se entiende que los büchnerianos de hoy (antes marxistas), y todos cuantos les siguen, se sientan agraviados al ser tildados de violentos, ya que lejos de descartar la violencia, cuando menos especulan sobre su conveniencia y elaboran mensajes llenos de peligrosas aristas. Y aunque es verdad que, a pesar del ruido mediático, la inmensa mayoría de las personas que hoy se manifiestan lo hacen de manera cívica(de otra forma, con la cantidad de manifestaciones celebradas desde que afloró la crisis, España estaría ya arrasada), caen sobre ellas, como gotas de una lluvia persistente que cala hasta los huesos, mensajes de agitación y violencia travestidos de racionalidad y justicia.
Y el ciudadano común, que ya empieza a mostrarse bastante más que irritado ante tanta corrupción e inmovilismo, podría emular a Victor Hugo, que, como explicaba Magris, si bien renegaba del Terror, lo aceptó como el aldabonazo final de esa violencia secular que, precisamente, lo había engendrado. Así, en uno de los poemas de Victor Hugo, la cabeza cortada de Luis XVI reprocha a sus antepasados que hayan sido ellos quienes han construido, con su recalcitrante injusticia y latrocinio, la máquina que le ha decapitado. Simbología sobre la que deberían reflexionar muy seriamente, para evitar males mayores, nuestros políticos, que solo parecen estar interesados en seguir porfiando por cargos y prebendas.
La violencia y la caverna
En cualquier caso, después de tanto tiempo consintiendo tropelías e ignorando que la libertad y la prosperidad demandaban horas extra que, tan enfrascados como estábamos en nuestros propios asuntos, no quisimos dedicar, ¿seremos ahora tan inconscientes como para creer que España mejorará con un breve y colosal cataclismo?
Lamentablemente, en contra del dogma imperante, las revoluciones violentas no han hecho progresar a la humanidad. La Francia revolucionaria solo empezó a ver la luz cuando, después de su baño de sangre y tras décadas de guerras y dictaduras, el progreso tecnológico y económico cambió el orden social de manera informal. Después vendría el verdadero cambio político empujado por las nuevas generaciones, que penetraron en los entresijos del sistema, ocuparon puestos relevantes y, paso a paso, cambiaron las reglas del juego. Quizá sea hora de promover este proceso, en vez de apostar por una conmoción que, al final, solo sustituirá a la actual élite por otra bastante más expeditiva.
¡Oh, sí!, una plaza abarrotada donde ruedan las cabezas a centenares puede resultar una solución muy tentadora. Sin embargo, pese a que se le imprima una pátina de erudición, la violencia ni siquiera alcanza a ser la más burda, torpe y primitiva de las herramientas. No sirve para construir nada, ni viejo ni nuevo. Es, a lo sumo, una medida desesperada, inseparable de la calamidad. No es la salida sino la entrada a la caverna. Y, por supuesto, no dignifica al ser humano sino que lo envilece.