lunes, 15 de diciembre de 2014

C’s, UPyD donde está la coherencia de sus dirigentes



Entendemos que las leyes, normas y reglamentos se deben cumplir y primero por sus responsables. Un ejemplo al que seguimos estupefactos es el comportamiento de dirigentes de la Generalitat, incumpliendo resoluciones y vulnerando la legalidad.

La cosa está clara si hablamos de la Constitución y de las leyes que emanan de las Cortes, etc. ¿Pero si hablamos de normas más cercanas, como los acuerdos y normas de una organización que se han dado y han asumido sus integrantes?

Las personas, en grado de dirigente, que incumplen las normas se las puede adjetivar de desleales. Pero el cinismo* se manifiesta nítidamente, cuando acusan de autoritarios, como adjetivo más suave, a sus compañeros dirigentes en el ejercicio de sus funciones cuando tratan de defender los acuerdos y las normas de la organización.  Y que decir cuando la deslealtad se muestra más evidente asistiendo a actos de otra organización hostil a la propia, la cual pide abiertamente la desafección de los que nominalmente son los tuyos.

Conviene destacar que un cargo político elegido por los ciudadanos no está sujeto a mandato imperativo y no sería legal ni legítimo sancionarlo. Pero en lo que estaremos de acuerdo, mas fácilmente, es que el portavoz de un grupo sea, elegido democráticamente, y por coherencia será el que represente los acuerdos aprobados mayoritariamente, y no el que vote en contra de ellos.

Debo recordar que Sosa Wagner y Maura han votado en el Parlamento Europeo en contra de la opinión del grupo y no han sido sancionado por ello, y así debe ser. Asistir a actos de otra organización, ahora con actitudes hostiles, es otro cantar.

Es importante también saber que en UPyD se entra de manera individual y sin cargos electos. Ciudadano, seguramente excepto en Cataluña, es en la práctica una confederación de partidos localistas llevado a cabo entre las direcciones, con los cargos electos incluidos.


*DRAE cinismo. (Del lat. cynismus, y este del gr. κυνισμός). 1. m. Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. 2. m. Impudencia, obscenidad descarada.

Sancho Quijano.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Artículo de Savater: ¿Quiénes somos, de dónde venimos?


¿Quiénes somos, de dónde venimos?

FERNANDO SAVATER, EL CORREO – 26/10/14
Fernando Savater
Fernando Savater
· El soporte de la alianza política en democracia es el fundamento legal compartido y no los etnos que se basan en requisitos genealógicos o tradicionalistas.

Una de las muestras más indudables de la honradez intelectual de Spinoza es que en cada capítulo de su ‘Ética’ procura previamente definir los principales términos que va a manejar en él, algunos tan litigiosos como ‘Dios’, ‘Naturaleza’, ‘causa’, ‘idea’, etc… De ese modo el lector puede compartir o no sus argumentaciones, pero al menos sabe a qué se refiere precisamente cada una de ellas. No sería malo que en nuestras polémicas sobre ciudadanía, identidades nacionales, autogobierno, etc… los contrincantes aclarasen del mismo modo algunos términos recurrentes como ‘vasco’, ‘catalán’, ‘español’, ‘pueblo’, ‘ciudadano’ y otros no menos frecuentados. Porque se dan por obvios y sabidos, cuando en realidad ocultan campos semánticos muy diferentes. Cuando oímos al gerente de unos grandes almacenes asegurar que su ‘filosofía’ de ventas es tal o cual, algunos quisiéramos que se aclarase que en ese contexto la palabra ‘filosofía’ poco tiene que ver con lo que hicieron Aristóteles o Kant. Pues lo mismo ocurre con otras voces que se emplean con idéntico desenfado pero dan lugar a malentendidos políticos de alcance mucho mayor.

El principal es confundir el significado de esos términos según se apliquen desde un punto de vista genealógico, cultural o según la perspectiva política. Es indudable que podemos hablar de vascos o catalanes, por ejemplo, según su estirpe familiar: los famosos ocho apellidos, más o menos, que últimamente han dado lugar a versiones cinematográficas humorísticas. También hay vascos o catalanes (y andaluces, gallegos, extremeños…) de acuerdo con sus costumbres, su lengua materna, ciertos aspectos de su forma de vida, su lugar de nacimiento o sus principales identificaciones simbólicas.

Y por supuesto existen con gran frecuencia combinaciones bastante complejas de varios de estos elementos en una misma persona: nace en un lugar de padres llegados de lejos, se traslada a otro por razones de trabajo o de amores, siente entusiasmo por formas gastronómicas o rituales religiosos ajenos a su infancia, aprende una nueva lengua que termina prefiriendo a la suya materna o se mantiene fiel a las tradiciones de lo que considera su linaje, etc… Si alguien le pregunta qué se siente, responderá con el gentilicio que en ese momento le resulte más entrañable pero en realidad debería contestar: «Me siento un ciudadano libre de un Estado de derecho, no un nativo atado por la tierra y la sangre a una forma de ser o parecer. Como acepto la ley común que comparto con mis compatriotas constitucionales, tengo libertad para diseñar según mi gusto personal o los azares de la existencia el perfil propio de mi identidad o, mejor, de mis identidades culturales. Tengo derecho a parecerme a quien quiera o a ser diferente a todos los demás».

Las identidades culturales difieren así de la condición política: en cuanto personas que a lo largo de la vida van adoptando o desechando formas de ser de acuerdo a las circunstancias o a nuestras elecciones, somos vascos, catalanes, murcianos, bisexuales, forofos de Osasuna, filatélicos sin fronteras o lo que ustedes gusten. Pero en cuanto ciudadanos, somos ciudadanos del Estado de España, porque sólo los Estados de derecho conceden la ciudadanía que nos permite todas las demás opciones que se dan precisamente gracias a ella. Dentro del demos de cada Estado democrático se da siempre una pluralidad más o menos amplia (más amplia cuanto más avanzada es la democracia constitucional) de etnos diferentes y de mestizajes entre ellos.

Pero el fundamento de la alianza política en democracia es el demos, es decir el fundamento legal compartido, y no ninguno de los etnos que se basan en condicionar la ciudadanía según requisitos prepolíticos genealógicos o tradicionalistas. Conscientes de que hoy reclamar la vuelta al etnos como condicionante de la ciudadanía es un retroceso en el largo proceso de universalización democrática, algunos reclaman varios demos dentro de cada Estado, lo cual no es sino un intento de hacernos aceptar formas de etnos travestidos en ‘demos’ para que resulten menos abiertamente reaccionarios. Ningún paso que nos acerque a convertirnos en oriundos o nativos forzosos, ningún ‘derecho a decidir’ (el que precisamente todos tenemos como ciudadanos y sólo así) entendido como derecho a decidir que el resto de los compatriotas constitucionales no decidan sobre determinado territorio del país que legalmente compartimos, sirve para profundizar la democracia o hacerla más real, sino para desnaturalizarla y retrotraerla al derecho tribal. Tantas veces se ha dicho, pero no hay más remedio que insistir: el derecho a la diferencia se basa precisamente en que no haya diferencia de derechos.

Imaginemos por un momento que tenemos que decidir quién deberá votar en un referéndum sobre la independencia de… Fridonia, por dar gusto a Groucho Marx. ¿Los nacidos en Fridonia? ¿Los que tienen ocho apellidos fridonenses? ¿Los hijos de padres nacidos allí? ¿Los que viven y trabajan en Fridonia? ¿Los que vivieron y trabajaron en Fridonia, pero luego se fueron a otro sitio? ¿Los que se sienten fridonenses, aunque vivan en Tegucigalpa? ¿Los que comen, beben, rezan y copulan como se estila en Fridonia? ¿Los que…? Nada, mejor que sólo voten los que se pinten un bigote como el que ostenta Groucho Marx.
FERNANDO SAVATER, EL CORREO – 26/10/14

jueves, 2 de octubre de 2014

"derecho a decidir" "votar": "Segregar" a una parte de la sociedad.


Carlos Cano cantaba: Cada vez que dicen patria pienso en el pueblo y me pongo a temblar


He leído el artículo del dirigente de Izquierda Unida Hugo Martinez y he encontrado una sucesión de sofismas y falacias que quiero poner al descubierto con la deconstrucción de su escrito.

Pero antes quiero hacer una serie de CONSIDERACIÓNES:

Acepción de Segregar (DRAE): Separar y marginar a una persona o a un grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales.


Los nacionalistas buscan ser percibidos como los defensores de la identidad  de un pueblo. Pero no se plantean que la realidad de los pueblo es multiidentitario. En la parla nacionalista habría que decir que todos los pueblos son plurinacioanales. En Cataluña sirva como dato la información de la propia generalitat que dice que el castellano es la lengua materna mayoritaria. Las excepciones serían los pueblos étnicamente definidos como ejemplos, el pueblo gitano o la nación apache. Esa realidad, supone que la imposición de una de esas identidades conlleva la sumisión de las otras;  y se vulneran derechos humanos irrenunciables como son la libertad y la igualdad. 

 En realidad, con el recurso al T. Constitucional se impide legal y legítimamente el “derecho a decidir” para evitar la segregación de sectores de ciudadanos no nacionalistas en su derecho a ser libres e iguales. Este argumento se explica poco y con frecuencia mal.

Los nacionalistas  tiene por objetivo político la imposición de sus sentimientos nacionalistas y por lo tanto segregar a  parte de sus conciudadanos que no lo son.

Las democracias son imperfecta, como construcción humana, y la desobediencia civil en defensa de la libertad y la igualdad la perfeccionan. Y en el caso de Cataluña es lo contrario, los nacionalistas apelan a la desobediencia civil para segregar e impedir la igualdad y la libertad para  una parte de sus ciudadanos.

Y como consideración final considero que la nación de ciudadanos es la única que puede defender los sentimientos de pertenencia, la identidad, la religión, la ideología, etc. de cada uno de los ciudadanos,  respetándolas y defendiéndolas  ante la pretensión, de cualquiera de ellas, de imponerla al conjunto con coacciones  o con cualquier otro método ilegal o ilegítimo.

Parafraseando a Carlos Cano digo: Cada vez que dicen pueblo pienso en los ciudadanos y me pongo a temblar.





Deconstrucción del artículo “Desobeder en Cataluña” de Hugo Martínez Abarca, miembro del Consejo Político Federal de IU
INDICACIONES:
 los textos en negro son los originales del autor
Los subrrayados en negro son los mios sobre textos del autor
Las anotaciones en rojo son mis aportaciones

Hugo Martínez Abarca *
Como era de esperar la consulta catalana ha durado jurídicamente cinco minutos. Con urgencias dignas de mejores causas tuvimos informe del Consejo de Estado, reunión del Consejo de Ministros, recurso del gobierno, pleno del Tribunal Constitucional, admisión a trámite del recurso y suspensión de la consulta en 24 horas. Era obvio que con este trámite administrativo el Gobierno intentaría acabar con el problema catalán y aquí estamos.
Desde hace meses se viene discutiendo cuáles serán los siguientes pasos. Una buena porción de los defensores de la consulta abogan por la desobediencia. Y ante esa posibilidad se ha escuchado una letanía según la cual la desobediencia es legítima en una dictadura, pero nunca en una democracia Es obvio que desobedecer las leyes es ilegal siempre en democracia y en dictaduras  (como España, añaden) “porque en democracia las leyes se pueden cambiar si eres mayoría…”En democracia si, evidente, en dictadura NO. Este argumento parte de un mundo maniqueo en el que sólo hay dictaduras y democracias y entre ellas hay una frontera nítida e incuestionable ¿será de algunos? Y Hay fronteras muy poco nítidas y las habido: dictablandas, democracias corporativas, democracias populares, democracias formales, democracias orgánicas, etc. Como siempre, esa diferencia entre dictadura y democracia es simplemente que se vote periódicamente FALACIA aunque precisamente la propuesta catalana es que se vote NO periódicamente que si lo hacen, lo que piden  y se impide es un REFERENDUM. Derecho a decidir, eufemimo. para ver si hay una mayoría que quiera cambiar la relación de Cataluña con España ¿ sería legal o legitimo exigir un referéndum para pedir la segregación racial? Se podría, mejor dicho, se debería luchar contra la segregación  legítimamente porque legalmente en una democracia todos los ciudadanos somos iguales ante la ley. Más allá de eso, la restricción de la desobediencia legítima a la que se practica en dictaduras no tiene ningún sentido. ¿?
En primer lugar porque la desobediencia suele tener muchas más consecuencias directas simbólicas que prácticas. En las dictaduras la oposición no suele practicar la desobediencia civil En las democracias, régimen con libertades políticas, la oposición no practica la desobediencia civil, son los ciudadanos los que la ejercen, cuando consideran que se vulneran sus derechos especialmente la igualdad y la libertad. sino la confrontación Por supuesto ilegal, va de suyo. Pero no se suele tratar de actos de desobediencia que busquen generar en el gobierno una contradicción al tener que castigar acciones justas: a una dictadura como Dios manda no le genera ninguna contradicción reprimir injustamente. Los casos paradigmáticos de desobediencia civil (Rosa Parks, Gandhi, Martin Luther King) se dan frente a democracias representativas (la británica, la estadounidense) bajo cuya autoridad se discrimina a un grupo (racial, colonial, etc) En España hay una democracia representativa homologable  a la de EEUU y a la británica y como éstas, en un tiempo tenían en partes de su territorio a ciudadanos que no eran iguales ni libres. En EEUU los estados del sur que se practicaba legalmente la segregación y en la colonias británicas que no había ciudadano sino súbditos del imperio. Seguramente alguien le dijo a Rosa Parks que se colocara en el lugar que le correspondía a una negra, que en democracia si quería podía modificar las leyes pero votando, que la desobediencia en una democracia era ilegítima El ejemplo “valdría” si Rosa Park fuera congresista o senadora, pero era una ciudadana donde se vulneraban derechos elementales… pero semejante cretino definición de cretino: ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. Imprudente o falto de razón  no ha pasado a la Historia, qué se le va a hacer. En España se produjo hace años la desobediencia masiva al servicio militar obligatorio con mucho sacrificio y absoluta legitimidad pese a que los gobiernos de Felipe González encarcelaban insumisos con la misma letanía supuestamente demócrata este es un buen ejemplo y tiene razón y sabe lo que debe saber.
La desobediencia no es legítima o ilegítima sólo en función de qué tipo de gobierno dicte las leyes, sino de si las leyes que se desobedecen son justas o injustas . En una dictadura las leyes son injustas de raíz puesto que se imponen sin legitimidad. Pero alguien que en una dictadura se saltara los semáforos y lo presentara como un caso de desobediencia civil no sería más que un imbécil peligroso. Se desobedecen legítimamente las leyes injustas, que en una dictadura son prácticamente todas y en una democracia son menos otro buen ejemmplo y tiene razón y sabe lo que debe saber.

Si la prohibición al pueblo catalán de votar es difícil entender que a los ciudadanos de Cataluña no se les prohíbe  votar qué quiere ser es injusta repito ¿un referéndum por la segregación que atente contra la libertad e igualdad de los ciudadanos es justo?, la desobediencia a tal prohibición es legítima. Lo que legitima o no la desobediencia no es si España es una democracia sino si tal norma es justa. Quienes pensamos que la forma legítima de resolver problemas políticos es votar Confirmo que todo no es votable en democracia ¿votar segregación?, no tendríamos ningún inconveniente en que tal votación se pudiera llevar a cabo digan lo que digan los tribunales constitucionales.
Sólo habría dos inconvenientes.
Uno de índole político-moral: no es lo mismo la desobediencia civil que la desobediencia institucional. Y en este caso parece claro que de lo que hablamos es de que la Generalitat de Catalunya se situara de facto como una organización política ajena a la estructura institucional del Estado español. Un Estado nunca tiene legitimidad para incumplir sus normas y la Generalitat es hoy Estado español y dejaría de actuar como tal: probablemente con legitimidad, pero sin duda con problemas. Es lo mismo, no lo olvidemos, que tendrá que suceder el día que las fuerzas rupturistas españolas ganemos las elecciones pues la Constitución de 1978 no deja más camino (realista) que la ruptura democrática: habrá un Gobierno que construya una nueva legitimidad institucional rompiendo con la anterior. Como los mimbres serán otros, evidentemente el cesto será diferente. La derecha sociológica que vota a PP o CiU desaparecerá y con la nueva legalidad se convertirán en buenos progresistas renunciando a sus antiguas opiniones. Y si no lo hicieran así siempre habrá un buen Robespierre que les meterá por la buena vereda.
El otro problema es más práctico. La desobediencia se realiza no sólo porque sea legítima sino porque además sea eficaz. Es decir, se desobedece con la intención de tumbar esa legislación injusta. En el caso catalán ha habido consultas ‘alegales’ en muchísimos municipios, ha habido movilizaciones extraordinarias: gracias a todo ello, la legitimidad social que tiene hoy en Cataluña la consulta es inmensa. Y uno duda que una consulta organizada desde las instituciones catalanas frente a las decisiones de los tribunales tuviera la capacidad de aumentar esa legitimidad social. ¿Cuál sería la participación en una consulta en una situación tan conflictiva y dudosa? Es difícil pensar que en esta hipótesis el clamor democrático de la sociedad catalana saliera reforzado. Otra cosa sería que en vez de sacar las urnas la Generalitat lo hiciera la ANC, la sociedad civil; pero ahí el problema sería que la consulta formal se convertiría en meramente simbólica pues no habría forma de obtener, por ejemplo, unos censos con los que seguir la votación con rigor. Sería, en realidad, un paso más en la movilización que lleva años, pero no una consulta con el peso de legitimidad popular que merece Una buena característica del POPULISMO es que la voluntad popular es la de las manifestaciones en vez de los elegido por las urnas.
            Más allá de los problemas tácticos, la desobediencia es legítima si la norma desobedecida es injusta, no si se da o no en una democracia. Y obviamente quienes pensamos que la única forma de resolver democráticamente un conflicto territorial son las urnas tenemos por injusta la norma que lo prohíba. ¿También el derecho de autodeterminación  para el pueblo que cotiza en el INDEX? o ¿El pueblo que forma una ciudad o un barrio? O ¿solo es pueblo lo que nosotros consideramos que lo es? Parafraseando a Carlos Cano digo: Cada vez que dicen pueblo pienso en los ciudadanos y me pongo a temblar.
(*) Hugo Martínez Abarca es miembro del Consejo Político Federal de IU y autor del blog Quien mucho abarca.

sábado, 27 de septiembre de 2014

INCRIBLE Pujol se retrata hace 45 años



INCRIBLE Pujol se retrata hace 45, años y nos da la clave, donde escribe Franco pon Pujol, para entender el nacionalismo  hoy.


Escribe Jordi Pujol en 1960: «El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha escogido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre implicado en hechos de corrupción, económica o administrativa es un hombre comprometido. Por eso el Régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Como es propio de ciertas profesiones indignas, el Régimen procura que todos estén metidos en el fango, todos comprometidos». Recopilado por Arcadi Espada

viernes, 19 de septiembre de 2014

Contra las falacias , la curiosidad



Paradigma de falacia: “Franco prohibió el catalán” no hay nacionalista o no nacionalista que lo ponga en duda. Pero un día ves y lees que el  Tribunal Supremo, marzo de 1969, ratifica la Tribunal de Orden Público que dice “Tribunal de Orden Público, consideró probado que en dicha carta «se vertían conceptos de tipo ofensivo para la lengua catalana, cuyo libre uso particular y social se respeta y garantiza» Y piensas que algo no casa ¿Si el catalán está prohibido  como los tribunales condenan por ofenderlo? La curiosidad actúa y ves la magnitud de la falacia, En esta web se documentan muchos más casos. Se curioso y échala un vistazo. http://historiasinhistorietas.blogspot.com.es/2010/07/no-es-cierto-que-el-catalan-estuviera.html

UNA CONCLUSIÓN: Los nacionales de Franco expulsaron de lo púbico, educación, sanidad, etc. al catalán y los nacionalistas de Mas y Jonquera han expulsado de lo público, educación, sanidad, etc.  al castellano. Y no han sido igualitos, igualitos en esta aberración  porque hasta donde llega mi información los nacionales de Franco no multaban si alguien rotulaba su negocio en catalán. 

viernes, 12 de septiembre de 2014

Juntos y distintos. Libres e iguales

foto sacada de internet

Seguramente, junto al discurso de Marcelino Camacho sobre la amnistia  el, el mejor texto que he leído para la convivencia de los diferentes en España.
Por la paz civil
Una guerra civil
A esta hora, en las calles de Barcelona, miles de personas están conmemorando una guerra civil. Es un raro ejercicio. Su intención no es que el recuerdo sirva a la razón y a la convivencia. Su intención es que la herida permanezca.
Hace trescientos años, en el asedio de Barcelona, murieron cerca de veinte mil personas. Ingleses y franceses en el lado borbónico; alemanes y holandeses en el lado austracista… Pero, sobre todo, murieron españoles. Españoles que luchaban en un bando y en otro.
Murieron atacando o defendiendo la montaña de Montjuic. Por las calles de la ciudad amurallada. Bajo una lluvia de bombas. Cuerpo a cuerpo, español contra español.
El 11 de septiembre empezó a celebrarse a principios del siglo XX. Aunque la conversión de la matanza en fiesta nacional data de la primera ley aprobada en 1980 por el parlamento catalán.
No fue una decisión que el entonces presidente Pujol tomara en solitario. Lo apoyaron todos los partidos parlamentarios. Y no hubo un gran debate ciudadano.
Algunas personas propusieron, con cierta timidez, la alternativa de San Jorge.
 El Sant Jordi catalán añade a su origen religioso un amable carácter civil basado en la costumbre, reciente aunque cuajada, del libro y de la rosa. Pero nunca llegó a considerarse con seriedad. Se prefirió la evocación de un episodio sangriento a una pacífica consagración de la primavera.
El reproche más extendido que se hizo entonces al once de septiembre tuvo un carácter irónico. ¿Cómo era posible que una comunidad política decidiera celebrar su presunta desaparición? ¿Cómo era posible que prefiriera «la desesperación a la esperanza», por utilizar las palabras de Henry Kamen?
Celebraban, celebran, la herida. Una herida entre españoles. Su intención era, y es, que la herida permanezca. Ellos lo llamaron, sin embargo, el día en que Cataluña se rindió ante España y perdió su libertad.
A partir del primer gobierno nacionalista, el mito del once de septiembre de 1714 adquiría solemne formalidad institucional. Pero aunque el mito se vista de decreto, mito se queda.
 Sólo desde la ignorancia o el fanatismo puede presentarse la Guerra de Sucesión como una guerra de España contra Cataluña.
 La Guerra de Sucesión fue una guerra dinástica. Una guerra internacional. Y una guerra civil. Una guerra civil entre españoles y una guerra civil entre catalanes.
La guerra se libró a lo largo y ancho de España: de Extremadura a Mallorca; de Sevilla a Vigo; de Cádiz a Navarra. Y, por supuesto, en Cataluña, Aragón y Castilla; en Barcelona, Zaragoza y Madrid.
La guerra abrió trincheras entre los distintos reinos de la antigua Monarquía. Sí. Pero también las abrió en el interior de cada territorio. Hubo partidarios de Carlos en Castilla y defensores de Felipe en Cataluña. Austracistas en un sitio y en otro. Borbónicos aquí y allá.
No hubo un candidato catalán y otro español. No hubo un ejército catalán y otro español. Los dos lucharon en nombre del Rey de España. Los dos celebraron sus victorias como victorias para España. Y los dos lloraron sus derrotas como derrotas para España.
Más de siete mil seguidores de Felipe V abandonaron Barcelona cuando las tropas de Carlos tomaron la ciudad en 1705. Los borbónicos no eran una minoría residual.
Hay algunas preguntas que hacerse:
El último almirante de Castilla, Juan Tomás Enríquez de Cabrera y Ponce de León, ¿era menos castellano o un mal castellano por apoyar al archiduque Carlos? Las ciudades de Cervera, Berga, Ripoll o Manlleu; el valle de Arán, ¿eran menos catalanas que otras ciudades o comarcas de Cataluña por defender a Felipe V? ¿O es que incurrían ciega y colectivamente en el autoodio, esa patología inventada por el nacionalismo para decretar la muerte civil del discrepante?
¿Y quiénes eran más catalanes, de una catalanidad más depurada? ¿La nobleza urbana y la burguesía ilustrada, que ensalzaban las reformas introducidas por los Borbones en Francia? ¿O la aristocracia rural, el clero y los comerciantes y artesanos, que las rechazaban por amenazar sus privilegios?
No hubo una Cataluña buena y otra malvada. No hubo una sola Cataluña. Hubo tantas como sus ciudades, tantas como sus facciones políticas, económicas y sociales. Tantas como sus habitantes. Tantas. Como ahora.
Esas Cataluñas fluctuaron con el tiempo y por la fuerza de los acontecimientos. Ciudades como Tarragona, Lérida y Gerona cambiaron de bando varias veces. Barcelona sólo cambió una vez, pero con consecuencias trágicas.
A unos pasos del antiguo mercado del Borne, hoy convertido en monumento a los mitos de 1714, se levanta una marquesina que parece haber escapado a la manipulación nacionalista. Es la última arenga del general Antonio de Villarroel a los hombres que defienden Barcelona del asedio. Dice así:
«Señores, hijos y hermanos: hoy es el día en que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en todos tiempos ha ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por la nación española peleamos. Hoy es el día de morir o vencer.»
El 11 de septiembre de 1714, a las 3 de la tarde, Rafael de Casanova firma el último bando austracista. La ciudad caerá al día siguiente, poco después del mediodía. Casanova pide a los barceloneses que derramen hasta la última gota de sangre.
«Se confía, con todo, que como verdaderos hijos de la patria y amantes de la libertad acudirán todos a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España».
«La libertad de toda España». Por eso decían luchar los unos en 1714. Por eso mismo decían luchar los otros. Tenían convicciones diferentes. Discrepaban en sus intereses. Pero les unía la coincidencia fundamental de España. Y les unió la derrota. La guerra de Sucesión fue un dramático episodio para España. Perdió territorios, influencia, tiempo y vidas.
No hubo en 1714 dos sujetos políticos ni dos identidades enfrentadas: Cataluña y España. Tampoco las hubo en 1936. Tampoco las hay ahora. Esta es la verdad que el nacionalismo ha borrado del pasado para que no arruine su presente. El nacionalismo precisa hacer de Cataluña una sociedad unánime, impermeable al pluralismo, identitariamente pura y abocada al enfrentamiento con España. Su empeño es firme. Pero estéril.
A esta hora miles de personas conmemoran en Barcelona una guerra civil.
Libres e Iguales repudia que el 11 de septiembre sea la fiesta nacional de Cataluña. La celebración supone una afrenta histórica y ética, por más que esté sólidamente institucionalizada.
El 11 de septiembre solo tiene un sentido acorde con la verdad: fue el día triste y resignado de recoger los cadáveres de los hermanos. El inicio del duelo. También el de la represión inexorable.
Catalanes contra catalanes, españoles contra españoles, ese es el paisaje de 1714 y de todas las guerras que vinieron luego.
En ninguna de ellas se ha dado el hecho turbia y desdichadamente fantaseado por el nacionalismo: una guerra donde un ejército de españoles luchara contra un ejército de catalanes: unos por anexionarse Cataluña y otros por ejercer su absoluta soberanía. Justo ese momento que expresa el himno nacional de Cataluña, Els Segadors, un himno falsamente tradicional, que se inventó a fines del siglo XIX, y donde el cuello de esa gente «tan ufana y tan soberbia» de Castilla es rebanado por las hoces catalanas.
Así los nacionalistas lograron que el relato de la falsa contienda entre españoles y catalanes se reforzara con una épica musical.
También en este caso había un alternativa emocionante, arraigada y desdeñada: El Cant de la Senyera, de Juan Maragall y Luis Millet.
Catalanes y españoles nunca han peleado por ser lo que son, llevados por un odio xenófobo. En los enfrentamientos españoles, ciudadanos catalanes y ciudadanos castellanos, vascos, han podido matarse por la religión, por los tributos, por la libertad, por el fascismo o por el comunismo.
Los españoles han luchado, y a veces con ferocidad y contumacia, para seguir siendo españoles. Es verdad que para seguir siéndolo a su manera. Y es verdad que esa manera podía ser moralmente muy distante. Pero jamás se mataron para dejar de ser españoles.
Los hechos son irrevocables: en más de quinientos años de historia compartida jamás hubo una guerra de secesión española.
La reconciliación
El poeta Jaime Gil de Biedma escribió que «de todas las historias de la historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal.» Sus versos han reafirmado a quienes cultivan la resignación: esa visión limitada, rudimentaria, de una España diferente, binaria, crispada, empeñada en su propia destrucción.
Pero esta no es la visión de la historia. Ni siquiera la del poeta.
Gil de Biedma escribe contra la metafísica de la derrota que sirve a los intereses particulares y a la irresponsabilidad general. Habla de una «historia distinta y menos simple». Una historia sin demonios cuyos dueños sean los hombres responsables. Los ciudadanos. Esa es también la historia de España. La gran historia de las reconciliaciones españolas. La historia que acaba bien.
Contemos la historia de España como una suma de puntos de luz, de concordia, de cordialidad, de reconciliación.
1.     La capacidad de compromiso que demuestran los representantes de la Corona de Aragón cuando en Caspe eligen a un castellano, Fernando de Antequera, como sucesor.
2.     La paz de Viena que firman Felipe V y Carlos VI, con su garantía de que «habrá por una y otra parte perpetuo olvido». Perpetuo olvido de los horrores cometidos por las dos partes. Perpetuo olvido para regresar los combatientes libremente a su patria. Perpetuo olvido para gozar de sus bienes y dignidades «como si absolutamente no hubiese intervenido tal guerra».
3.     El pacto fundacional por el que España se integra en la modernidad política: la Constitución de Cádiz, por y para los españoles de ambos hemisferios. Para que sean ellos por primera vez los dueños de la nación y de su historia: titulares de la soberanía, libres, independientes y nunca más «patrimonio de una familia o persona.»
4.     El abrazo difícil y fraterno que en Vergara pone fin a la primera gran guerra entre liberales y carlistas.
5.     El discurso conmovedor que pronuncia Manuel Azaña en el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona. Este impresionante discurso de la reconciliación que entonces no fue.
·        En el que aclara que «España no está dividida en dos zonas delimitadas por la línea de fuego; donde haya un español o un puñado de españoles que se angustian pensando en la salvación del país, ahí hay un ánimo y una voluntad que entran en cuenta».
·        En el que advierte que no es aceptable ni posible «una política cuyo propósito sea el exterminio del adversario» porque siempre quedarán españoles que quieran seguir viviendo juntos.
·        En el que anticipa que la reconstrucción de España «tendrá que ser obra de la colmena española en su conjunto» y la paz, «una paz española y una paz nacional, una paz de hombres libres (…) para hombres libres.»
·        Y en el que sentencia que «es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra (…) sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible. Y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad, Perdón».
·        La Declaración, llena de grandeza y de sentido de la historia, en la que el Partido Comunista de España denuncia por primera vez la «artificiosa división de los españoles entre rojos y nacionales».
·        . En la que pide «enterrar los odios y rencores de la guerra civil»
·        . En la que llama a todos los españoles «desde los monárquicos, democristianos y liberales, hasta los republicanos, nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, centristas y socialistas, a proclamar, como un objetivo común a todos, impostergable y posible, la reconciliación nacional».
6.     El éxito colectivo incontestable: la Transición.
7.     Entonces los españoles asombraron al mundo por su capacidad para reconciliarse con su pasado y consigo mismos.
8.     En las calles de Barcelona se celebra una guerra civil, pero hoy, aquí Libres e Iguales quiere conmemorar, quiere reivindicar la España cierta, lúcida, arraigada de la reconciliación.

El pacto español
El ser de España ha dado lugar a múltiples cavilaciones. Han participado filósofos, escritores, poetas, y hasta entrenadores de fútbol. Pero echando una ojeada a la producción intelectual es fácil convenir un exceso metafísico. España es, sencillamente, una vinculación. España es una convivencia. Un himno sin letra. Un link.
 No hay más ni menos España en Covadonga que en la ciudad de Cádiz; en el Finisterre que en Cartagena; en Melilla que en Olot. Ni el Apóstol Santiago ni el Tío Pepe contienen la españolidad en un grado mayor o menor que la prosa escéptica de José Pla. O que esta música de la Iberia universal que hemos oído.
El hecho diferencial español es más sencillo y sus palabras claves no son enfáticas. España no es, ni siquiera, contrariando a la España hidalga, una cuestión de honor. España es una voluntad, y ciertamente empecinada, de vivir juntos los distintos. Y lo fue desde el primer día.
La unión entre Aragón y Castilla no fue la mera absorción de un reino por el otro. Fue la primera piedra de una compleja arquitectura solidaria que ha durado siglos.
Y hoy todas las culturas españolas se exhiben y se proyectan con una potencia que jamás conocieron. De ahí que el proyecto nacionalista no pueda evitar su identificación con la xenofobia. Porque en el fondo de todas las argumentaciones para la secesión hay una pasión sórdida, que no se dice: la del que no quiere vivir con los demás.
Cíclicamente los nacionalistas aluden, en modo defensa y ataque, al nacionalismo español. Pero ¿qué nacionalismo es ese, qué insólito nacionalismo el que aún no ha pronunciado una sola palabra de exclusión, de rechazo, contra sus compatriotas? ¿Qué extraño nacionalismo el que en vez de fábricas de extranjería insiste en la casa común española?
Solo hay un nacionalismo español: el que fija, con sus equívocos, con sus torsiones en pos del pacto, con sus jorobas retóricas pero con su emocionante voluntad de integración, la Constitución española de 1978.
La Constitución de 1978 es la paz civil española.
No hay convivencia posible fuera de los principios que permiten la integración de izquierdas, derechas, creyentes, ateos, monárquicos, republicanos, castellanos, catalanes…
La Constitución integra las diferencias. Consagra a los ciudadanos como titulares de la soberanía. Asegura la libertad y el ejercicio de los derechos. Afirma la igualdad ante la ley. Protege el pluralismo cultural y lingüístico. Y al hacer todo esto garantiza la convivencia. «Diferir incluso de la diferencia en cada grupo diferenciado», como ha escrito Fernando Savater
La Constitución de 1978 es la paz civil española.
 Si el nacionalismo arremete contra la Constitución es porque garantiza la convivencia de los distintos. Porque les reconcilia, les acerca y les suma.
 Si el nacionalismo celebra una guerra civil española es porque reniega de los principios que hacen posible la paz civil española.
España no merece ser defendida por ser una de las más antiguas naciones del mundo. La antigüedad no es un valor moral. Ni jurídico ni político.
España merece defenderse porque desde 1978 significa libres, significa iguales y significa juntos los distintos.
En el proyecto nacionalista la parte cede al todo, pero nunca el todo cede a la parte. El proyecto nacionalista persigue siempre el encuadramiento. A esta hora en las calles de Barcelona desfilan las masas perfectamente encuadradas en una uve.
Victoria, dicen. Vergüenza, decimos.
Una modernidad
Para desdicha de sus odiadores nacionalistas España no es una voluntad anacrónica. Todo lo contrario: encaja con lo mejor del proyecto moderno.
La obstinada voluntad española de vivir juntos los distintos es moderna y políticamente próspera. Y profundamente europea. La idea de la construcción europea se funda sobre el rechazo de algo que le costó a Europa 80 millones de muertos. La idea de que a cada cultura, ¡que es como decir a cada hombre!, debe corresponderle un Estado.
España es Europa, desde luego. Lo es por su sistema de ciudades, por sus catedrales, por su geografía. Pero lo es, sobre todo, porque ha integrado en un mismo Estado a los distintos.
Por eso hay que lamentar la respuesta general que Europa ha dado al segregacionismo. Es difícil comprender que, ante el reto nacionalista, Europa se haya acogido a la retórica del asunto interno.
Asunto interno es una frase peligrosa dicha desde Europa. El que Europa considere el conflicto como un asunto interno español supone algo más que un menosprecio a un Estado miembro: supone una traición al propio proyecto europeo. Y decretada por Europa.
Nunca la destrucción de un Estado europeo puede ser un asunto exclusivamente catalán o español. La moral de Europa es, justamente, contraria al asunto interno. Europa es Schengen, desde luego. La libre circulación de las personas. Pero sobre todo es el fin de las aduanas morales.
Sí me importa
·        Los nacionalistas han considerado siempre que los catalanes eran los únicos que podían discutir y decidir sobre la independencia. ¡Su asunto interno!
·        Ha sido su primer acto de soberanía. Y hasta ahora exitoso. De ese éxito arranca su grotesco monopolio de la palabra libertad y de la palabra democracia.
·        Los nacionalistas exigen su derecho a decidir a sabiendas de que ese supuesto derecho niega el derecho a decidir de todos los españoles.
·        La democracia que conciben es el gobierno de la minoría.
·        La libertad que reclaman es la que niegan.
·        Sin embargo, han logrado extender la idea de que es justo que los catalanes decidan sobre la suerte de todos los españoles.
·        Y lo más sorprendente es que la idea haya calado entre algunos españoles que no son catalanes.

·        Hay españoles cuya relación con la libertad y con la democracia es compleja. Es decir, acomplejada. Quizá sea en parte resultado de una convivencia demasiado estrecha y prolongada con la dictadura. Y en los más jóvenes, la evidencia de una inaudita culpa heredada. Porque en esta actitud ante el nacionalismo hay resignación, cansancio y acrítica obediencia a la corrección política. Y todos esos rasgos son propios de una ciudadanía vacilante y sometida.
·        De ahí que esta tarde Libres e Iguales lance desde la capital de España una afirmación que es tanto una advertencia como un grito solidario:
·        Sí me importa.
·        Una advertencia a los nacionalistas de que no van a seguir encontrando como aliada la indiferencia española. Y un grito solidario dirigido al gran número de ciudadanos que bajo la presión, como mínimo moral, del nacionalismo están defendiendo en Cataluña la libertad y la igualdad de todos los españoles.
·        Sí me importa. Si nos importan.
·        Sí me importa que España supiera salir de una dictadura cruel sin una nueva guerra civil.
·        Sí me importan la victoria de la democracia sobre el terrorismo nacionalista, y la memoria y la justicia y la dignidad de las víctimas.
·        Sí me importa que España haya protagonizado la modernización más espectacular del último medio siglo europeo.
·        Sí me importa que por primera vez en su historia España no forme parte de Europa, sino que sea Europa.
·        Sí me importa que haya una lengua en la que puedan entenderse todos los españoles.
·        Sí me importa que las lenguas y culturas españolas ya no sean patrimonio de los nacionalistas sino de todos los ciudadanos.
·        Sí me importa la elemental lógica democrática y solidaria que indica que son las personas y no los territorios los que pagan impuestos.
·        Sí me importa que la trama de afectos española sea respetada y protegida.
·        Sí me importa que el secesionismo sea derrotado. Y que después se impongan las cláusulas de los viejos pactos españoles.
·        Sí me importa la ley.
·        Sí me importa que preservemos nuestra mayor conquista: la paz civil española.
·        España es un problema, sí. España es el inevitable problema del que elige la pluralidad y la complejidad. España, una nación vieja, no puede someterse a las nuevas mentiras nacionalistas. Ella también se contó sus mentiras. Pero fue hace mucho tiempo.
·        Sí, España es un problema. Un problema excitante.
·        España es un proyecto inacabado. Es decir, vivo.
·        España es una pequeña Europa y su futuro será el futuro de Europa.
·        Sí me importa.
Este gran reto de la modernidad.
Juntos y distintos. Libres e iguales.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Claves para que la UE contribuya a la solución del conflicto en el Sahara Occidental



Claves para que la UE contribuya a la solución del conflicto en el Sahara Occidental


Estocolmo, 04/07/14 (VSOA).- Este artículo fue escrito por Aliyen Kentaoui, Representante del Frente Polisario y de la RASD en Suecia. Su versión original en inglés fue publicada en “Western Sahara” -la revista de la asociación sueca de amistad con el pueblo saharaui- y fue enviada por su autor al Comité de Amistad con el Pueblo Saharaui de La Plata, Argentina, con el fin de que sea publicada, en su versión en español, en Voz del Sahara Occidental en Argentina (VSOA). Latraducción libre especial para VSOA, la realizó el Profesor Javier Surasky, integrante del Comité.

En diciembre pasado, por estrecha mayoría, el Parlamento de la Unión Europea (UE) en un movimiento sorpresivo torció el brazo a la justicia y a la legalidad internacional al ratificar el Protocolo al Acuerdo de Cooperación Pesquera entre la UE y Marruecos (FPA), permitiendo a los buques europeos pescar ilegalmente en aguas territoriales del Sáhara Occidental ocupado por Marruecos. Esta sorprendente interpretación de la ley internacional revirtió una decisión anterior adoptada por el mismo parlamento en 2011 por la que se rechazó con razón la ratificación del mismo acuerdo sobre la base de su ilegalidad. La última decisión trunca las esperanzas de los pueblos de la región y reduce las perspectivas de paz a un difícilmente alcanzable espejismo en el desierto.
La aprobación del anteriormente mencionado acuerdo trajo nuevamente a la luz el papel de la UE en este conflicto. Sin dudas las decisiones que adopta la UE tienen un importante peso para colaborar con -o hacer más complejo- el logro de una solución para el conflicto saharaui-marroquí. Al entrar en este tipo de negocios turbios con Marruecos, la UE le está haciendo un flaco favor a la paz y está traicionando sus propios principios fundacionales. Pero el efecto más alarmante de este tipo de acuerdos está en las señales equívocas que se envían a la región. Marruecos está malinterpretando la adopción de cualquier acuerdo con la Unión Europea, o con cualquier otra institución, como un barniz que cubre de legalidad su ilegal ocupación colonial y, por lo tanto, fortalece su sensación de impunidad y su capacidad de desafiar las normas internacionales.
La protección que durante muchos años se le otorgó a Marruecos, permitiéndole eludir las consecuencias que suponen sus violaciones del derecho internacional, frustró todos los intentos por llegar a una solución justa y pacífica del conflicto, lo prolongó de manera indefinida y obligó a muchos mediadores a presentar exasperadas renuncias al verse atrapados entre la intransigencia de Marruecos y la actitud equívoca de algunos países europeos. Tanto los asesores legales del Consejo de Seguridad como los del Parlamento Europeo están de acuerdo en que, antes de que se realice cualquier explotación de los recursos naturales saharauis, es esencial asegurar el respeto de ciertos principios básicos: el consentimiento del pueblo saharaui, la producción de beneficios a favor de la población saharaui, la protección del medio ambiente y el respeto de los derechos humanos. Ninguno de estos elementos básicos, condiciones sine qua non para la explotación, fueron respetados en este caso. Todos los intentos por detener el acuerdo se vieron frustrados por argumentos espurios de poderosos grupos de presión, a pesar de los efectos devastadores que tienen en la búsqueda de la tan necesaria solución pacífica al conflicto. Las repetidas movilizaciones ocurridas en los campamentos de refugiados saharauis y en los territorios ocupados del Sáhara Occidental para que el acuerdo no fuese aprobado se ignoraron de forma descarada. Las apelaciones de organizaciones regionales como la Unión Africana tampoco fueron escuchadas.
Permitir que el conflicto se propague alimentando constantemente el sueño de Marruecos de un imperio quimérico ha sido y sigue siendo un error fatal. El Magreb, en las puertas de Europa, es un área vital para la prosperidad y la seguridad de la UE. Tanto el Magreb como Europa están cosechando el resultado de 40 años de una estrategia inmoral y jurídicamente incorrecta. Cuatro décadas de obstruir el proceso de descolonización del Sáhara Occidental han llevado a la región a la deplorable situación en que se encuentra hoy: recursos preciosos fueron desviados hacia los esfuerzos de guerra y para sostener los aparatos de seguridad que requiere la empresa colonial. Esto desangra a la economía de Marruecos de forma innecesaria, sumiendo a millones de personas en la desesperación, provocando una avalancha de miles de emigrantes sobre Europa y convirtiendo al flagelo del terrorismo en parte del paisaje.
La integración y la cooperación regional, tan necesarias en los asuntos políticos, económicos y de seguridad, es casi inexistente. El miedo a las cambiantes fronteras marroquíes reforzó la desconfianza entre vecinos y dificulta el abordaje de los problemas regionales. Y sin embargo, la lógica continúa imperturbable. Marruecos, envalentonado por la aprobación del último protocolo de acuerdo pesquero y por su impune violación de los derechos humanos en las zonas ocupadas del Sáhara Occidental, no tiene razones para cambiar de rumbo. Por el contrario, en una carrera contra el tiempo Marruecos está tratando de atraer empresas extranjeras, ofreciéndoles lucrativos contratos por compartir el saqueo de los recursos saharauis, y sigue sin tener contemplaciones a la hora de expulsar observadores internacionales de las zonas ocupadas del Sáhara Occidental, incluso a miembros del Parlamento de la UE.
Pero lo que es aún más desconcertante e incomprensible es el debate en curso en la UE sobre la posibilidad de recompensar a Marruecos concediéndole una ayuda más generosa y un estatus privilegiado. Esta vez, la gravedad de la situación regional exige que se apliquen condicionalidades por el bien de la paz y la seguridad. Las lecciones del pasado deben orientar la futura relación. A sabiendas o no, la UE está agravando aún más la ya peligrosa situación que rodea la cuestión del Sahara Occidental. Legiones de “asesores de imagen” y apologistas de la injusticia continúan anunciando descaradamente una milagrosa repentina transformación de Marruecos -que nunca llega- de un estado represivo y expansionista en un idílico paraíso de la democracia y la tolerancia. Mientras tanto no ahorran esfuerzos por demonizar sin descanso la causa saharaui. Es un movimiento astuto para hacer más aceptable el generoso apoyo de la UE y exonerar a Marruecos permitiéndole continuar impune por sus agresiones.
La historia europea reciente ha demostrado que el respeto mutuo y la coexistencia pacífica son garantes de estabilidad y progreso.
Ninguna forma de encubrimiento ni un constante ocultamiento fantasmagórico pueden cambiar el carácter del conflicto. Se trata simplemente de la lucha de un pequeño pueblo que desea vivir libremente y en paz en la tierra de sus ancestros, en armonía con sus vecinos. Pero Marruecos está esperando que la UE sea cómplice de sus crímenes. Afortunadamente, no todo el cuadro es sombrío: voces en la UE están empezando a aumentar la preocupación sobre la cuestión saharaui y a infundir la ética y la moral en su manera de lidiar con el conflicto. Y como un rayo de esperanza los inversores están desinvirtiendo, retirando su capital de aquellas empresas que invierten de manera ilegal en el robo y saqueo de los recursos naturales saharauis. Cada día son más los países de la UE, los parlamentos nacionales, las ONGs y las organizaciones de derechos humanos que se expresan por la rectificación de la actitud de la UE hacia este prolongado conflicto. No se trata de castigar a Marruecos sino probablemente de salvarlo de sí mismo, de restablecer la justicia y lograr la estabilidad y la seguridad tanto para la región del Magreb y como para Europa. Una tarea de enormes proporciones pero con un enfoque prometedor que merece ser estimulado para seguir avanzando.