Nicolás Redondo Terreros
NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 11/05/2013
· Los denominadores comunes son lo que cimentan la
convivencia democrática.
· La gravedad de las consecuencias de la crisis hacen
necesarios grandes acuerdos.
Nos encontramos con una inflación del alcance de las
palabras, que pierden su significado clásico, natural, ortodoxo, convirtiendo
el espacio público español en una especie de Torre de Babel en la que nadie se
entiende y en la que se pierde toda la responsabilidad individual y
comunitaria. Así, los acosados ilegalmente por una muchedumbre envestida de
causas nobles pero desposeída de la razón, en la que la individualidad de sus
componentes se pierde o termina angostada, no se conforman con denunciar la
acción delictiva, van más allá y comparan el hecho con las atrocidades
realizadas por los nazis, que escribieron una de las páginas más dramáticas de
la historia de la humanidad; los defensores de la naturaleza por su parte no se
conforman con denunciar los delitos medioambientales sino que relacionan estos
delitos con el terrorismo, y algunos de los afectados por los lamentables
accidentes de tráfico, enervados por el dolor causado, cometen la misma
equivocación, creyendo que de esta forma pueden conseguir que la importancia de
las causas que denuncian adquiera su relevancia real. Todos aumentamos el
calificativo, unos para conseguir legítimamente atención, otros para recibir el
aplauso inconsciente del público y los de más allá para hacerse querer por su
audiencia.
Así, los acosados ilegalmente por una muchedumbre envestida
de causas nobles pero desposeída de la razón, en la que la individualidad de
sus componentes se pierde o termina angostada, no se conforman con denunciar la
acción delictiva, van más allá y comparan el hecho con las atrocidades
realizadas por los nazis, que escribieron una de las páginas más dramáticas de
la historia de la humanidad; los defensores de la naturaleza por su parte no se
conforman con denunciar los delitos medioambientales sino que relacionan estos
delitos con el terrorismo, y algunos de los afectados por los lamentables
accidentes de tráfico, enervados por el dolor causado, cometen la misma equivocación,
creyendo que de esta forma pueden conseguir que la importancia de las causas
que denuncian adquiera su relevancia real. Todos aumentamos el calificativo,
unos para conseguir legítimamente atención, otros para recibir el aplauso
inconsciente del público y los de más allá para hacerse querer por su
audiencia.
En este ambiente inflacionario y ante la gravedad de las
consecuencias de la crisis, aparece con fuerza la reclamación de grandes
acuerdos. No hay nadie hoy que no tenga en la boca la necesidad de consensos
generales, de grandes acuerdos y no seré yo, que junto a otros pocos he
defendido en soledad durante mucho tiempo su necesidad imperiosa para España,
quien se entristezca cuando le dan la razón. Pero la matización y el
complemento se hacen inevitables.
Desde hace más de una década vengo defendiendo que los
españoles necesitamos fortalecer los denominadores comunes en los que se basa
nuestra convivencia, y no he mantenido esta posición impulsado por un buenismo
deshuesado, amorfo, con el que quedar bien con una gran parte de la sociedad
española. Mi posición ha sido y es el producto de una observación que he hecho
pública frecuentemente: los denominadores comunes en los que se cimienta la
convivencia democrática de los países de nuestro entorno se han basado en la
destilación, en ocasiones pacífica, en ocasiones violenta, de su historia, unos
glorificando su pasado relevante, otros dispuestos a dar la espalda a un tiempo
más o menos pretérito pero ampliamente compartido; nuestros consensos generales,
sin embargo, han sido el producto, en cierta medida “artificial”, de nuestra
voluntad, expresada por la sociedad española en los años setenta del siglo
pasado.
Los de ellos, los de nuestros vecinos, no se doblegan ante
la adversidad, el tiempo los ha fortalecido, se han convertido en tradiciones,
que dan tranquilidad y seguridad a los ciudadanos de los países referidos
-desde luego ha sido así durante los últimos cien años, siendo cierto que la
incertidumbre provocada por la globalización y el haber dejado de ser los
sujetos centrales de la historia han sido causas desestabilizadoras de estos
consensos básicos en algunos países europeos-.
En España todo es discutible
Los nuestros, los denominadores comunes españoles, son
frágiles, quebradizos, no hemos tenido tiempo suficiente para consolidarlos,
para convertirlos en indiscutibles, en tan sólidos como las costumbres. En
España todo es discutible y negociable, desde la forma del Estado hasta la
integridad territorial, sin percatarnos de que la rica policromía democrática
se gobierna aceptando que los límites son imprescindibles para salvaguardar la
libertad.
No dudaré de la buena fe de algunos de los proponentes,
aunque otros simplemente se orienten por un oportunismo, comprobado
fehacientemente cuando tuvieron la posibilidad de lograr consensos y
renunciaron a ellos expresamente, realizando políticas partidarias o
proponiendo discursos sectarios, pero la propuesta de acuerdo es insuficiente.
Son necesarios los consensos para enfrentar las causas y las consecuencias de
la crisis, pero es más imprescindible que previamente haya un acuerdo para
fortalecer la legitimidad de las instituciones, para evitar el fracaso de la
educación de la que depende nuestro futuro, para adaptar la administración
pública a nuestras capacidades -lo permanente, la dimensión del Estado no puede
depender de algo coyuntural como debe ser el déficit-.
No sería un exceso rechazable que los dos grandes partidos
nos tranquilizaran sobre el futuro de Cataluña, sin choque de trenes, sin
embestidas irracionales, pero con la contundencia que requiere el problema. Así
seguiríamos los pasos de la Transición, a los tan esgrimidos “Pactos de la
Moncloa” les precedió un gran acuerdo político: la Constitución.
Sin la necesidad de periodos constituyentes, pero con la
urgencia que requiere la deteriorada situación pública, me hubiera gustado que
el líder de la oposición hiciera bandera de un acuerdo más amplio.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la
Libertad.
NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 11/05/2013
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