lunes, 18 de marzo de 2013

Estupor en las comparaciones



 


Disparates

Enric González en el mundo
ITALIA no tiene gobierno y quizá tarde en tenerlo. El mandato del presidente de la República expira en unas semanas, por lo que, en teoría, podría quedarse también sin jefe del Estado. Uno de sus principales políticos, Silvio Berlusconi, está procesado ahora mismo (olvidemos los juicios anteriores) por mantener relaciones sexuales, previo pago, con una menor de edad, por sobornar a un diputado para ganar una moción de censura y por abuso de poder en dos sumarios distintos. El principal estadista del país parece ser Beppe Grillo, un cómico cuyo lema es Vaffanculo.
Italia nos parece un país disparatado y fraudulento. Tendemos a pensar que los italianos votan a personajes absurdos y que así les va como le va. ¿Comparamos?
Los políticos italianos no han gastado fortunas inconcebibles en la red de trenes de alta velocidad más extensa e infrautilizada de Occidente. No han edificado bibliotecas babilónicas como la de Santiago de Compostela, ni ciudades de las artes, ni autopistas de ocho carriles hacia la nada. En las ciudades italianas no han surgido portentosos rascacielos ni se han celebrado macrofestivales gratuitos cada dos por tres. Y se ha urbanizado sólo un poco más de lo necesario. Italia nunca ha sido el país europeo que más cemento consume, ni siquiera el segundo o el tercero. Los partidos italianos no se han molestado en reinventar la historia, con una sola excepción, la Liga Norte, cuyo declive resulta evidente.
Los italianos han votado y siguen votando a Silvio Berlusconi. Valoran positivamente que sea un magnate. Piensan, con cierta razón, que al menos se pagará los vicios de su propio bolsillo.
Italia, como España, sufre un grave déficit fiscal. La prima de riesgo sobre su deuda es, con alzas y bajas, comparable a la española. Y el endeudamiento público es, desde siempre, monstruoso: ronda el 120% del Producto Interior Bruto.
Pero en cuestión de deuda hay una gran diferencia. En España hay que sumar la deuda pública a la de las empresas y a la de las familias: se ha vivido a crédito de una forma generalizada. En Italia, por el contrario, existe una montaña de ahorro privado. Tomados en su conjunto, los ciudadanos no deben ni un duro. Es más, si quisieran gastar todos sus ahorros en una tarde, podrían dejar prácticamente liquidada la deuda del Estado.
Los españoles, gregarios como somos, nos quejamos de la política, pero votamos al que más regalos promete, aunque los regalos (y lo sabemos) corran de nuestra cuenta. Los italianos, individualistas, procuran guardar su dinero y vivir sensatamente. Quienes hacen el payaso son sus políticos, no ellos.
Qué disparate, ¿no?
Enric González

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