miércoles, 26 de diciembre de 2012

Alta política ABC 26/12/12. Artículo de Ignacio Camacho


Alta política

ABC 26/12/12
Ignacio Camacho

PARA la política weberiana que reivindicó el Rey en su alocución de Nochebuena, esa alta política responsable, honesta y generosa que sea en sí misma el antídoto de la desafección ciudadana, se necesita algo que el monarca no podía echar de menos en voz alta aunque resulta bien probable que lo haga en su fuero íntimo: políticos de calidad como los que alumbraron el pacto constitucional que figuraba aludido entre las líneas del discurso. Figuras de relieve, actores de nivel capaces de protagonizar papeles a la altura del momento histórico. Dirigentes con liderazgo de luces largas.

El diagnóstico de Don Juan Carlos –en cuya aparición navideña se nota no sólo la mano detallista de una nueva y mejor pensada puesta en escena sino el tono más elevado de algún speechwritter con buena pluma– apunta en una dirección bien orientada: contra la antipolítica, contra la wikicracia, contra la tentación del desapego institucional y democrático, sólo cabe más y mejor política, una política de nobleza y de renuncia, de compromiso y de sensibilidad. Pero en la España de hoy falta materia prima para esa clase de empresas porque hace años que fallan los mecanismos de formación y selección de la función representativa. Porque la de político es una profesión desprestigiada ejercida por burócratas de partido. Y porque las estructuras democráticas se han convertido en sindicatos de intereses ante la pasividad de un cuerpo ciudadano que ahora reclama con airado desencanto unas virtudes públicas que tampoco existen en la propia sociedad civil.

El mismo Rey es, en tanto político, el último superviviente de una generación extinguida. La clase dirigente de la transición, un colectivo comprometido, con profundidad intelectual y sentido de Estado, se prolongó durante el felipismo, degeneró con él y tuvo un canto del cisne en el primer mandato de Aznar para decaer de forma irreversible durante el zapaterismo. Hay averías estructurales serias en los procesos de acceso y de renovación de la política, dominados por aparatos sectarios de ideología tan superficial como radicalizada. Los agentes públicos carecen de competencia profesional y de independencia de criterio y emiten un discurso twitter: liviano, vacío y consignista. La mayoría de las instituciones están en manos de una casta mediocre cuya única producción política consiste en la agitación gestual y la exaltación propagandística. El mismo día de Nochebuena tuvimos un ejemplo señero cuando el presidente de Cataluña, máximo representante oficial en el territorio, se preocupó en su toma de posesión de tapar el retrato del Jefe del Estado.

Miembro de aquella distinguida élite generacional que refundó y consolidó la democracia, el soberano añora la grandeza necesaria para salir de un gravísimo período crítico. Predica, como siempre, en el desierto de una dirigencia inhabilitada para refundarse a sí misma.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Guardias civiles y farsantes, artículo de Antonio Robles en el confidencial



Guardias civiles y farsantes

EL CONFIDENCIAL 14/12/12
Antonio Robles
“¿Qué piensa hacer, poner un guardia civil en cada aula?”.
La suficiencia del nacionalismo contra el ministro de Educación deja en evidencia el desprecio que destila por cualquier institución democrática ajena a sus convicciones. El círculo lo cerraba hoy Pilar Rahola en su columna de La Vanguardia. La frase había salido en los medios, la repitieron políticos nacionalistas y volvía a la prensa. Así se escribe la historia en Cataluña, periodistas y políticos podrían ser intercambiados y nadie se daría cuenta.
En este caso, sin embargo, exponen una evidencia: los maestros nacionalistas son los guardianes de las esencias étnicas y lingüísticas, el verdadero ejército de la construcción nacional de Cataluña. Si ya es difícil hacer cumplir ley y sentencias a los políticos nacionalistas, más aún será hacer entender a estos funcionarios de la construcción nacional que su labor es instruir en el conocimiento, no adoctrinar en el alma de la patria.
Razones tienen para estar tan seguros de sus maestros, pero esa misma seguridad nos desvela a los demás que su labor ha sido y es de adoctrinamiento. La oposición al ministro es mera disculpa para seguir haciéndolo sin impedimento alguno.
Ese lapsus linguae es idéntico al que sufrió ayer Duran i Lleida en el Congreso de los Diputados: En esta escuela catalana muchas veces la lengua mayoritaria en el patio sigue siendo, lamentablemente, el castellano…
Se les entiende todo: el problema no son los infundados ataques a la escuela catalana, sino que los niños sigan utilizando el castellano.
¿Qué broma es esta de que el anteproyecto de Wert es el peor ataque que ha recibido el catalán desde la dictadura de Franco, como dijera Duran i Lleida y corearan los medios nacionalistas? ¿Cómo puede ser un ataque a la enseñanza del catalán la pretensión de introducir la enseñanza en castellano en un sistema donde todo se da en catalán? Si es un ataque a la escuela catalana no dar todas las asignaturas en catalán, ¿cómo catalogar un sistema donde no se da ninguna en castellano desde hace treinta años?
Digan las cosas por su nombre: ustedes quieren expulsar al castellano de la vida social y antes necesitan expulsarlo de las aulas. Ustedes quieren arrancar de cuajo la inclinación sentimental de los niños hacia el idioma que traen de casa.
Son unos farsantes, mienten, nadie ataca al catalán y lo saben; y cuando ven que la ley les cerca y sus mentiras no son suficientes, montan el numerito de la insurrección en el Congreso de los Diputados y firman pactos en Barcelona contra la Constitución. Ahí demuestran su verdadera faceta totalitaria. Sólo respetan la ley cuando les conviene, como todo jodido fascista. Niños consentidos, tigres de papel, viven de la insurrección mediática y de envenenar los sentimientos de la gente. Puros farsantes.
¿Cómo puede perjudicar en nada a la enseñanza del castellano o el catalán un sistema donde ambas son lenguas docentes? ¿Qué mejor modelo para enseñar el respeto mutuo que aquel que lleve a la normalidad de las aulas lo que ha de respetarse fuera de ellas?
Lo más patético es que el ministro Wert ni siquiera pretende que se cumplan las sentencias judiciales que obligan a la Generalitat a introducir como lengua vehicular el castellano, junto al catalán, en la proporción que estimen las instituciones autonómicas; sólo garantizar el recurso a escuelas privadas a los padres que pidan la enseñanza en castellano. Ni siquiera cuestiona la inmersión, y se disculpa de que su anteproyecto no vaya contra ella. Una verdadera prevaricación por parte del ministro. El Tribunal Supremo, por sexta vez consecutiva, ha sentenciado que en las aulas ni catalán ni castellano pueden ser lenguas exclusivas ni excluyentes. La cobardía del ministro les otorga la hegemonía en el lenguaje, legitima la inmersión que el TC y el TS han declarado ilegal y obliga a las familias a pedir judicialmente un derecho fundamental que las instituciones deberían garantizarles sin pedirlo. Y encima le dan estopa. Merecido se lo tiene por manso.
No servirá de nada su tibieza, ni aplacará la ira nacionalista su cobardía. El nacionalismo no es razonable ni busca el consenso, sólo la consecución de sus fines. Y el ministro sin enterarse. Con lo que ha llovido…

Laicismo lingüístico artículo de Fernando Savater




Laicismo lingüístico

EL CORREO 15/12/12
FERNANDO SAVATER
Siempre me ha costado comprender la tendencia de algunos periodistas e intelectuales a derogar en bloque las propuestas de un líder político que les desagrada, aunque alguna de ellas tenga buenas razones a favor. Así ocurrió frecuentemente durante el Gobierno de Zapatero. Como detestaban su postura frente a ETA y los nacionalismos o su persistente ignorancia de la crisis económica, rechazaban con igual inquina cualquiera de sus medidas, por ejemplo la Educación para la Ciudadanía, de modo que pude ver a conocidos perfectamente ateos manifestándose junto a los obispos contra esa asignatura tan razonable… para fastidiar al aborrecido presidente. Ahora pasa algo parecido, aunque de signo político opuesto, con las iniciativas que defiende con mayor desparpajo retórico que mesura el ministro Wert. Como gran parte de sus propuestas de reforma educativa apuntan evidentemente a privilegiar la educación concertada, los centros que abogan por separar los sexos en las aulas y los intereses eclesiásticos en las materias de estudio (suprimiendo por ejemplo la maltraída y peor llevada Educación para la Ciudadanía), quienes disienten de tales medidas rechazan también todas las demás, incluida la protección del castellano como lengua vehicular allá donde actualmente no es respetada. Todo va junto y revuelto, como en el tango ‘Cambalache’ de Santos Discépolo…
Sin embargo, a diferencia de otras disposiciones propuestas, garantizar también el uso del castellano como lengua vehicular de la enseñanza junto a las otras oficiales en las autonomías es algo perfectamente adecuado y que viene a cumplir –¡por fin!– reiteradas sentencias tanto del Tribunal Supremo como del Constitucional. Y por supuesto no se trata en modo alguno (¡vergüenza les debería dar decirlo a quienes sostienen lo contrario!) de una medida propia de ultraderechistas: a no ser que ahora resulte que proteger los derechos de quienes los ven conculcados y cumplir las decisiones judiciales sea definitorio de la ultraderecha… Por el contrario, más ajustado a la verdad sería decir que el precursor de la inmersión lingüística fue Franco, quien impuso el castellano en exclusividad y desterró a todas las demás lenguas españolas del sistema educativo en nombre de la cohesión del país y para no dividir a la comunidad, es decir lo mismo que hoy se argumenta en Cataluña. Lo que ha propuesto el ministro Wert de una manera vacilante y timorata (tras muchas protestas de que no va contra la inmersión lingüística, que es precisamente lo que debería hacer) no supone más que un paso en la buena dirección, para remediar algo perfectamente insólito en la Unión Europea: que haya un país donde resulte prácticamente imposible estudiar en la lengua mayoritaria y oficial en zonas importantes del territorio nacional.
En Cataluña los nacionalistas se han acostumbrado a asegurar cosas catastróficas e inverosímiles respecto a su relación con el Gobierno de España: por lo visto, a pesar del tamaño de los embustes no les va mal del todo así. De modo que tras denunciar el expolio económico a que les somete el Estado, ahora toca proclamar que la lengua catalana padece el más atroz ataque que han visto los siglos. De inmediato, nacionalistas de otras latitudes se han solidarizado con las víctimas de tan injusto acoso. No deja de ser revelador respecto a los orígenes clericales de la ideología nacionalista las similitudes de estas protestas con las tradicionales de la Iglesia católica contra el laicismo. En cuanto la doctrina católica pierde la exclusiva de sus privilegios y debe verse en el mismo plano que otras creencias o que la ausencia de ellas, considera que está sometida a una terrible persecución. Sus eminencias siempre consideran que es de justicia gozar de un trato de favor y que carecer de él es una ofensa y una agresión. De igual modo, los nacionalistas de ayer y de hoy se dan por atacados no cuando a su lengua se le quita algo sino cuando se concede lo mismo a otra, que para colmo es la que se habla en todo el país y por tanto les vincula con él. El único derecho de que se les priva es el de prohibir pero eso ya les parece una herejía intolerable…
Los nacionalistas creen que son las lenguas mismas las que tienen derechos, no sus hablantes. Por tanto, les encanta repetir como un argumento incontrovertible que al final de la enseñanza obligatoria los alumnos, aunque no hayan estudiado en castellano, acabarán manejando esa lengua omnipresente con tanta competencia como los educados en ella. No es seguro que sea así, pero concedámoslo: por muy independiente que sea Irlanda, el gaélico nunca hará ininteligible el inglés para los irlandeses. Lo que se debate sin embargo no es eso, sino el derecho de quienes estudian en Cataluña, el País Vasco o cualquier otra región de España a educarse en castellano, la lengua común, si así lo desean: no se cuestiona su conocimiento de ese idioma al final de los estudios, sino que se defiende su derecho a adquirir conocimientos por medio de él. Es una forma de laicismo lingüístico, que como otros laicismos choca con los intransigentes que no se conforman con gozar de un derecho sino que pretenden convertirlo en deber para todos los demás.

martes, 4 de diciembre de 2012

Melchor Rodriguez santo ateo


Le llamaban el 'ángel rojo'

JOSÉ LUIS BARBERÍA 



Melchor Rodríguez recita un poema a la bandera republicana en un acto celebrado en Madrid en el otoño de 1938.
1936-1939, 1940, 1941... España contra España, despiadadamente. En el tiempo en el que se desataron aquí todas las furias y el odio se instaló en las conciencias colectivas, hubo también valientes de moral íntegra, gentes de una pieza que enfrentándose incluso a sus propios correligionarios intentaron impedir la degollina. El anarquista Melchor Rodríguez García -Triana (Sevilla), 1893-Madrid, 1972-, militante de la CNT y de la FAI, delegado de Prisiones de la República, es de los que cuando la sangre llamaba a la sangre se jugaron la vida por impedir el asesinato de sus enemigos políticos.

Retrato de Melchor Rodríguez realizado en 1964 por el fotógrafo Alfonso, ocho años antes de su fallecimiento. / ALFONSO
La cita es en el Centro para Mayores de Leganés (Madrid). A Ricardo Horcajada, de 81 años, le cabe el raro honor de haber desplegado una bandera anarquista ante los ojos de algunos de los jerarcas del régimen de Franco y no haber sido detenido. "Con el miedo en el cuerpo", como dice él, extendió la enseña rojinegra sobre el féretro de Melchor Rodríguez el 14 de febrero de 1972 en el cementerio de San Justo de Madrid. Fue un entierro multitudinario y tan extravagante que, en plena dictadura, reunió a anarquistas y franquistas en un mismo duelo. "No hubo incidentes. Mi padre rezó, incluso, un padrenuestro por el alma de Melchor sin que nadie le hiciera un mal gesto", apunta Javier Martín, hijo de Javier Martín Artajo, antiguo parlamentario de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) en la República y más tarde diputado por designación del dictador en las Cortes franquistas. De acuerdo con ese testimonio, Javier Martín Artajo vistió durante el entierro una corbata con los colores anarquistas en justa correspondencia con el gesto de besar la cruz que Melchor Rodríguez había realizado en su lecho de muerte. "Vale, ya que te empeñas, yo beso ese trozo de madera, pero tú te comprometes a ponerte una corbata anarquista". Así quedó sellado el trato.

"Si he actuado con humanidad no ha sido por cristiano, sino por libertario", aclaraba Melchor Rodríguez

Con el respaldo del ministro de Justicia, también anarquista, detuvo los traslados de presos a Paracuellos.
Ricardo Horcajada sostiene que la actuación del delegado de Prisiones de la República frente a la muchedumbre que el 8 de diciembre de 1936 pretendió asaltar la cárcel de Alcalá de Henares fue un hecho extraordinario porque pocas veces en la historia se ha logrado contener con la palabra a una turba herida cegada por el dolor y el odio y lanzada a vengar la muerte de sus hijos. "Hay que tener en cuenta", subraya, "que unos días antes otra multitud había pasado por las armas a 319 de los 320 presos en la cárcel de Guadalajara". Le pregunto qué discurso es capaz de detener a una masa iracunda y armada, y me dice que su amigo tenía carisma y un talento natural para la oratoria.
El archivo de la familia de Javier Martín Artajo, hermano del que fuera ministro de Exteriores en el franquismo Alberto Martín, guarda un escrito con el que el propio Melchor Rodríguez describió con detalle ese episodio. "La muchedumbre, aterrorizada por los incendios provocados y las víctimas causadas por la aviación rebelde, se amotinó rabiosa y, juntándose con las milicias y hasta con la propia guardia militar que custodiaba la prisión, se dispusieron a repetir el hecho brutal realizado cinco días antes en la cárcel de Guadalajara". Según su relato, fueron más de siete horas de enfrentamiento dialéctico, insultos, amenazas y forcejeos contra una muchedumbre enfurecida que tras penetrar en la prisión pretendía rebasar el rastrillo de acceso a las galerías de los presos. "¡Qué momentos más terribles aquellos! (...) Qué batalla más larga tuve que librar hasta lograr sacar al exterior a todos los asaltantes haciéndoles desistir de sus feroces propósitos. Y todo ello ante el tembloroso espanto de mi escolta, que, aterrados y sin saber qué hacer, se limitaron a presenciar aquel drama".
Salió físicamente indemne de la prueba, aunque con algún desgarro en la camisa y un gran costurón en su hasta entonces rendida confianza en el comportamiento de las masas. Entre los 1.532 presos sospechosos de simpatizar con los facciosos que aquel 8 de diciembre de 1936 salvaron sus vidas había nombres y apellidos: Agustín Muñoz Grandes, Raimundo Fernández Cuesta, Martín Artajo, Peña Boeuf, Luca de Tena, Boby Deglané, Serraño Suñer, el falangista Rafael Sánchez Mazas, Fernando Cuesta, el general Valentín Gallarza..., que más tarde aparecerían incrustados en los tuétanos del régimen franquista. La leyenda del "ángel rojo" y la maledicencia del "traidor Melchor" nacieron simultáneamente ese día, en Alcalá de Henares: la primera, del terror que rezumaban las celdas donde se agolpaban los detenidos, y la segunda, de la ira frustrada de los vengadores que clamaban contra el cielo, impotentes ante las bombas criminales de los aviadores alemanes e italianos.
Durante los cuatro meses -noviembre de 1936-marzo de 1937- en los que se mantuvo en el puesto, el delegado de Prisiones de la CNT se multiplicó tratando de parar las "sacas" (excarcelaciones previas a los fusilamientos) masivas, en un pulso continuo con la Junta de Defensa de Madrid, controlada por los comunistas José Cazorla y Santiago Carrillo. Salvó miles de vidas, luchando contra el reloj y el pésimo estado de las carreteras -"deprisa, deprisa, todavía podemos llegar a tiempo"-, para aparecer cuando el pelotón de fusilamiento estaba ya formado y los condenados esperaban la fatídica descarga. Con el respaldo del ministro de Justicia, también anarquista, Juan García Oliver, detuvo los traslados de presos a Paracuellos, el paraje de la sierra madrileña donde, siguiendo la consigna de "limpiar la retaguardia", sugerida por los asesores soviéticos, fueron abatidos miles de detenidos.
El libertario que no creía en las cárceles restituyó la autoridad de los directores y funcionarios de prisiones encargados de la custodia de los 11.000 presos políticos y reforzó el control en un momento en el que la celda era el mejor refugio contra el secuestro, el simulacro de juicio de los 10 minutos y el asesinato. En ese empeño, sacó a los milicianos de los recintos penitenciarios, ordenó que ningún preso pudiera ser excarcelado sin su permiso entre las seis de la mañana y las ocho de la noche, extendió avales y salvoconductos a gentes de derechas que podían ser denunciadas y ajusticiadas. Para cobijar a los perseguidos se incautó en Madrid del palacio del Marqués de Viana, una mansión que, terminada la guerra, fue devuelta a su propietario con sus enseres intactos. "No falta ni una cucharilla", admitió el marqués Teobaldo Saavedra. Se enfrentó también al pistolerismo anarquista de una parte de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), donde habían recalado aventureros y resentidos sociales de toda laya, además de delincuentes comunes que encontraron en esas siglas la cobertura ideal para sus fechorías. Melchor Rodríguez portó siempre una pistola al cinto, aunque, por lo visto, la llevaba descargada porque nunca echó mano de ella, ni siquiera en las situaciones más comprometidas.
"Se puede morir por las ideas, pero no matar por ellas", predicaba, ante la incomprensión de muchos de sus compañeros que creían saber, y no se equivocan, que también los franquistas eliminaban a los disidentes o sospechosos de disidentes. Melchor Rodríguez formó parte de una corriente ácrata, humanista, integrada en Los Libertos, grupo libertario celoso de sus principios que trató de poner coto a los desmanes.
"Con la cantidad de veces que estuvieron a punto de matarle, la verdad es que no me explico cómo pudo morir sin creer en Dios", comenta hoy su hija, Amapola Rodríguez. Ella sí cree en Dios y también en el anarquismo de su padre. "Antes de que estallara la guerra me llevó a ver la obra de teatro ¡Abajo la guerra! Le gustaba mucho la naturaleza. Me puso Amapola porque decía que es una flor rebelde que nace sola en el campo sin tener que sembrarla". Aunque a sus 87 años goza de una memoria excelente, la hija del anarquista se muestra remisa a abordar ese terrible pasado. Cede, finalmente, ante la insistencia del periodista, pero sólo para recitar, de corrido, una de las poesías escritas por su padre:
"Anarquía significa:
Belleza, amor, poesía,
Igualdad, fraternidad
Sentimiento, libertad
Cultura, arte, armonía
La razón, suprema guía,
La ciencia, excelsa verdad
Vida, nobleza, bondad
Satisfacción, alegría
Todo esto es anarquía
Y anarquía, humanidad".
A Amapola no le gustan la manera con que algunas voces hablan de la Guerra Civil ni tampoco el aire de enfrentamiento y revanchismo que percibe en el actual clima político. "No es partidaria de este proceso de recuperación de la memoria histórica; prefiere que las cosas se queden como están", apunta su hijo, Melchor Leal.
Como indica el escritor y cineasta Alfonso Domínguez, autor de una novela biográfica y de un guión de cine sobre Melchor Rodríguez que espera llevar a la imprenta y a la pantalla, la figura de este libertario cobra cuerpo y se agiganta con la perspectiva de los años, a medida que se profundiza en el estudio de la guerra y resurgen las sacas, los paseos, las checas (centros de detención y tortura) y los fusilamientos masivos, impíos, interminables, de los ya vencidos que no encontraron oposición en el clero franquista, ni siquiera una vez terminada la guerra.
Hijo de un maquinista del puerto de Sevilla y de una obrera de una fábrica de cigarros, Melchor Rodríguez dejó los estudios y se puso a trabajar a la muerte de su padre, cuando tenía sólo 10 años. Trabajó de calderero, de carrocero en la industria del automóvil y de ebanista, antes de tentar la suerte en las plazas de toros. Su carrera de novillero se frustró tras una cogida en Madrid y tuvo que volver a la industria del automóvil, donde su fama de chapista extremadamente fino discurría en paralelo con la de, a ojos de sus patrones, exagerado perfeccionismo. Fue encarcelado tantas veces por sus actividades anarquistas, más de una treintena, que cuando Amapola le echaba en falta y preguntaba por él, su madre acostumbraba a responderle: ¡Pues dónde va a estar, hija mía, en su casa, en la cárcel! En la cárcel asumió el compromiso personal de contribuir a que se respetaran los derechos de todos los presos, y allí y en la calle aprendió lo que la falta de escuela le había hurtado. "La lucha contra la ignorancia nunca es una batalla perdida". Lo decía con pleno conocimiento de causa.
En sus esfuerzos por asimilar la figura de Melchor Rodríguez, los franquistas que le debían la vida trataron siempre de explicar su comportamiento adjudicándole un soterrado "espíritu cristiano". Tuvo que aclararlo en más de una ocasión. "Si he actuado con humanidad, no ha sido por cristiano, sino por libertario". Y también protegerse de sus agradecidos benefactores franquistas a los que había salvado la vida. Rechazó un puesto en el sindicato vertical franquista y devolvió tachado e inutilizado el caritativo cheque de 25.000 pesetas que le habría ahorrado muchos agobios económicos.
Finalizada la guerra -a él le cupo protagonizar el traspaso simbólico de la capital española a los golpistas vencedores; "Amapola, he entregado Madrid", le dijo a su hija entre lágrimas-, fue condenado, primero a cadena perpetua; luego, a 20 años, y finalmente, a cinco, gracias a la intermediación del general Agustín Muñoz Grandes, pieza clave del Ejército y mano derecha de Franco durante años. Con el respaldo de dos millares de firmas que solicitaban clemencia para el reo, Muñoz Grandes hizo durante el consejo de guerra una encendida defensa del "ángel rojo" que explica la clemencia de la condena. A la salida de la prisión, él continuó desarrollando sus actividades políticas y fue nuevamente detenido y encarcelado por difundir propaganda política ilegal.
Siguió también ocupándose de los presos aprovechando el ascendente moral adquirido sobre las personalidades a las que había salvado la vida. Ricardo Horcajada lo conoció así. "Cuando detuvieron a mi padre, me dijeron que en la calle de la Libertad, una muy estrechita que está detrás de la Gran Vía madrileña, había una persona que podía ayudarme. Era Melchor. Pese a su apariencia pulcra y cuidada, vivía muy pobremente en un piso diminuto que compartía con un antiguo banderillero y su mujer". El anarquista de verbo fácil y vehemente que se malganaba la vida vendiendo seguros se había separado de su mujer. De los testimonios familiares se deduce que Melchor Rodríguez fue una persona respetuosa con las creencias religiosas de su mujer y sumamente cariñosa con su hija. Y también que el héroe anarquista estaba hecho de la misma pasta que el resto de los mortales: soberbio y vanidoso, irascible e intransigente en ocasiones, pero nunca codicioso ni interesado. Aborrecía el dinero como si fuera un invento satánico, aunque aceptaba el trueque y los regalos, una camisa, por ejemplo, siempre que se la entregaran con los puños cortados. Sostenía que mostrar los puños de la camisa por debajo de la chaqueta era "propio de burgueses".
Según Ricardo Horcajada, en la última etapa de su vida vivió de la suma de dos miserias: la que le correspondía de jubilación y la resultante de su pobre cartera de clientes en la compañía de seguros La Adriática, donde trabajó. Él cree saber de qué materia estaba hecho Melchor Rodríguez. "Yo no he conocido ningún santo, pero supongo que, si existen, deben ser como Melchor, seres inocentes que pueden alcanzar cierto estado de gracia, en este caso civil; gentes infantiles, sin malicia, aunque rebeldes, como lo son la mayoría de los niños". Piensa que su amigo fue siempre un inadaptado para la vida y los negocios, un idealista que descubrió en el anarquismo la utopía de los hombres justos y santos y quiso ser uno de ellos.
La figura del delegado de Prisiones de la República brilla con un fulgor propio ahora que historiadores, políticos y propagandistas se aplican a la exhumación del periodo de la guerra y la posguerra civil. Ejemplos como el suyo -no hay, que se sepa, un Melchor Rodríguez en el campo franquista- emergen de los barrancos y cunetas de nuestro pasado con una fuerza aleccionadora tan poderosa que debería bastar para impedir que el sectarismo meta sus manos sucias en la memoria histórica.